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6.07.2008

SINDROME GUAYNABO CITY

Es una plaga de incultura, arrogancia, exhibicionismo y conformismo rastrero que parece emanar de las altas capas clasemedieras de Guaynabo y alrededores, pero quizás se extiende por el país como una pandemia sin considerar límites territoriales fijos. Ciertamente se relaciona con la proliferación notable de letreros y señalizaciones oficiales, como Guaynabo City, Guaynabo City Police, Guaynabo City Limits. (Se pronuncia “ciri”, como en “pari” y “biuriful”, por supuesto.) Alguna relación guarda también con el predominio inusitado de anuncios comerciales en inglés, gente que habla inglés (salpicado de español) por todas partes, en cines, restaurantes, salas de espera, parques de urbanizaciones; personajes angloparlantes que ocupan los entornos conocidos, desfamiliarizándolos con un toque siniestro, unheimlicht. Una película española se puede llamar Hable con ella, pero no, ellos piden boleto para “Talk to her” y reclaman subtítulos en inglés. Mas el inglés es sólo un síntoma secundario y no pretendemos identificar con este fenómeno a todo el que use el inglés como lengua primaria en Puerto Rico. Ese no es el punto. En verdad, decir que estas entidades hablan, sea el inglés o el español, es un decir, pues no se sabe a ciencia cierta si emitir frases como los muñecos “action figure” (Barbie, G.I Joe) tiene alguna relación con lo que conocemos como lenguaje. Nos viene a la mente el género de películas que se inauguró en La noche de los muertos vivientes. Estos no son inmigrantes; no son los nuyoricans de retorno, no son los ya familiares gringos. Es otra cosa. Son homúnculos de plástico. Se trata, en efecto, de la Invasión de los Momios Vivientes.

No vienen del exterior sino de la entraña asfaltada y climatizada de las urbanizaciones cerradas, del corazón del suburbio, del cogollo de la metro-isla. Encuban en los conductos de aires acondicionados centrales. Se propagan en BMW, Mercedes, Lexus, Hummers, autos que otros usan por su alegada eficiencia, pero que ellos exhiben como escudo de poderío. Son alérgicos al ambiente donde obtienen su alimento, es decir, la isla que les provoca tirria, por lo que realizan incursiones repetidas en parajes que asumen como su único habitat natural: Boston, Texas, Miami, y las nieves esmirriadas por el calentamiento global en Colorado y Vermont, donde cargan sus baterías. Estos nombres siempre están en sus bocas, pero el nombre de Puerto Rico se reduce a las siglas “PR”, pronunciadas “pi ar”.

Los momios vivientes invaden ciertos espacios sociales de su preferencia: colegios, universidades, restaurantes, cafeterías, cines, tiendas, esquinas del mall. Lugar que ellos escogen frecuentar es lugar que se malicia. Imponen una presencia petulante e indeseable. Hablan para ostentar. Gestualizan para imponerse. No nos equivoquemos, esta conducta no tienen nada que ver con la algarabía simpática, el vocerío y el gesto tropicales, sino con la arrogancia excluyente y antipática del momio. Es como si los maniquíes de las boutiques comenzaran a salir de las vitrinas, y ocuparan todos los lugares disponibles, asumiendo gestos y figuras grotescamente arrogantes y desagradables. En una fila de cafetería un ejemplar hembra le ¨dice” a otro del mismo sexo: “Mira nena, este invierno we switched to Vermont, porque tienen nieve más chévere que la de Colorado”. El otro ejemplar hembra le contesta “¡Que va nena! Lo que pasa es que hay que reservar en Colorado bien early tú sabes”. Luego, como si le pulsaran otro botón, la primera cambia de “tema”: “Viste, Tatin tiene que estar pasando por una situación ho-rri-ble, está completamente out of it, hasta se salió de Facebook, imagínate nena”. La segunda: “¡Oh, Shut up! ¿She quit Facebook? Entonces pa mí ella no existe”. Etc. Las hembras miden el tiempo y la edad por el número de cirugías plásticas. Si bien una cirugía plástica (de tetas) equivale más o menos a 15 años de edad, y dos cirugías (de boca y nariz), a 25, la relación es muy variable y difícil de determinar. Los ejemplares que ya “se las han hecho todas” suelen lucir cuatro abultamientos neumáticos donde van las tetas y los traseros, y máscaras de vinilo con expresión de mico asustado o con sonrisa fija garantizada, dependiendo. En cuanto a los ejemplares machos, es imposible citar o transcribir los chasquidos ininteligibles que emiten. Sus monosilábos parecen aludir a yates, lavados de dinero, marcas de whisky, palos de golf y proyectos de desarrollo, pero no se puede asegurar nada.

Cualquiera que realice un poco de observación de campo podrá detectar muchísimos rasgos adicionales del síndrome Guaynabo Ciri. Son rasgos de cosificación progresiva, de conversión de la persona y su relación con el entorno en cosa y en objeto-mercancía. El síndrome caracteriza un estado de inconciencia contextual, social e histórica en el cual el tiempo y el espacio de la vida diaria, del mundo vivido se asimila al tiempo y espacio de la circulación de la mercancía, descorporizada como imagen del espectáculo publicitario. Cuerpos, lenguaje, movimientos, mentalidades, se amoldan a los esquemas de la circulación y acumulación del capital. Es lo que llaman reificación o cosificación del mundo vivido, que se convierte en mundo numerado y cuantificado.

El síndrome Guaynabo Ciri no debe identificarse exclusivamente con el municipio citado. Allí se concentran unos síntomas emblemáticos y conspicuos que se manifiestan de manera parecida o apenas diferente en otros lugares. Los momios de Guaynabo Ciri corresponden a un sector minoritario de clase, aunque aparentan ser más numerosos de lo que realmente son, debido a los estragos de la imitación. Provienen de los altos niveles capamedieros que han tomado el lugar de lo que se conocía como la burguesía, cuando existía una cultura burguesa. Este sector es el bastión de la anticultura. No cultiva nada, ni cultura popular ni cultura de élite, sino la ostentación estrictamente cuantificable de su capacidad exagerada de consumo. Además, hay que tener cuidado con aplicarles sin mayor análisis conceptos tradicionales como la americanización o asimilación. Es cierto que la Invasión de los Momios Vivientes de Guaynabo Ciri se identifica con el predominio del sentimiento anexionista y el imperio del PNP en ese municipio. Y ciertamente ellos actúan como clones de sus congéneres de clase estadounidenses. Pero ese aspecto es una derivación secundaria que no explica nada. De hecho, las categorías de la americanización o la asimilación resultan cada vez menos pertinentes en los estudios culturales puertorriqueños. Cientos de miles de puertorriqueños de la isla se vinculan intensamente, por razones familiares, de trabajo o estudio con los Estados Unidos, e inevitablemente se transculturan de muchas formas en su contacto con distintas esferas de vida en ese país. Existen tantas maneras de “americanizarse” como maneras de vincularse a la vida estadounidense desarrolladas por cientos de miles de puertorriqueños. Pero los momios estilo Guaynabo Ciri son tan siniestros en los ambientes estadounidenses como lo son aquí. ¿Quiere esto decir que están más americanizados que la mayoría de los estadounidenses? En Estados Unidos existen estas mentalidades y conductas, y sólo representan, al igual que aquí, a sectores muy minoritarios. En efecto, para muchos críticos culturales norteamericanos, los momios estadounidenses constituyen una amenaza a la cultura como expresión de una cotidianidad plenamente vivida. Los mismo podríamos decir de los momios guaynabenses. Existen otras formas de “americanización”, si es que se le va llamar así a todo contacto transcultural con formas de vida estadounidenses, muy distintas de esa deriva enajenante. Como se ve, la categoría de la “americanización” es tan amplia y abarca tantas expresiones, que no sirve para situar las coordenadas de este problema. Cabe aplicar aquí categorías de clase relacionadas con las más recientes mutaciones del capitalismo y el consumo. Por el momento, conminamos a los lectores a que, en sus observaciones del ambiente isleño, tomen en cuenta este fenómeno y sus complejidades.