HOTEL SATURNO

Situado en Destruction Bay, Provincia del Yukon, Canadá. Número variable de habitaciones disponibles. Contactar al Concierge o al Huésped S.

9.24.2008

r.i.p.


David Foster Wallace

(Se ha quitado la vida - 12 de septiembre de 2008)


Todo esto es muy divertido

Por David Foster Wallace

La mejor metáfora que conozco para eso de ser un escritor de ficción con un libro largo a medio escribir es el Mao II de Don DeLillo, donde describe al libro en proceso como una suerte de bebé horriblemente deformado que sigue al escritor por todos lados, gatea siguiendo al escritor (se arrastra por el piso de los restaurantes donde el escritor trata de comer, aparece al pie de la cama apenas se despierta, etc.) con sus horribles deformaciones, su hidrocefalia y su cara sin nariz y sus brazos como aletas y su incontinencia y su retardo y su fluido cerebro-espinal que babea mientras hace gorgoritos y le grita al autor, pidiendo que lo amen, pidiendo justo lo que su misma fealdad le garantiza: la absoluta atención del escritor.

El tópico del bebé deformado es perfecto porque captura la mezcla de repulsión y amor que el escritor de ficción siente por el texto en que está trabajando. La ficción siempre sale horriblemente defectuosa, una traición horrible a todas tus ilusiones, una caricatura repelente y cruel de la perfección del concepto –sí, hay que entenderlo: grotesca porque es imperfecta–. Y sin embargo, ese bebé es propio, es uno y uno lo ama y lo mima y le limpia el fluido cerebro-espinal de la boquita fofa con la manga de la única camisa limpia que queda (y queda una sola camisa limpia porque hace como tres semanas que uno no lava nada porque por fin parece que este personaje o este capítulo está al borde de definirse y funcionar y uno está aterrado de pasar un minuto haciendo otra cosa que trabajar porque si uno se distrae aunque sea un segundo puede perderlo, condenando al bebé a la fealdad eterna). Y uno ama tanto al bebé deforme y le tiene tanta pena y lo cuida tanto; pero también uno lo odia –lo odia– porque es deforme, repelente, porque le pasó algo grotesco en el parto que va de la cabeza a la página; lo odia porque su deformidad es la deformidad de uno (si uno fuera un mejor escritor de ficción el bebé por supuesto que sería como esos bebés de los catálogos de ropa de bebés, perfecto y rosadito y continente con su líquido cerebro-espinal) y cada una de sus exhalaciones horribles incontinentes es un cuestionamiento devastador para uno, a todo nivel... y por eso uno quiere que se muera, hasta cuando uno lo mima y lo limpia y lo alza y hasta le da a veces atención de emergencia cuando parece que su deformidad lo asfixia y se va a morir nomás.

Todo esto es muy desordenado y triste, pero a la vez es también tierno y conmovedor y noble y cool –es una relación genuina, a su modo– y hasta en el pico de su fealdad el bebé deforme de alguna manera toca y despierta lo que uno sospecha son las mejores cosas de uno: cosas maternales, cosas oscuras. Uno ama mucho a su bebé. Y uno quiere que otros también lo amen cuando llegue el momento de que el niño deforme salga y enfrente al mundo.

Pero querer que otros lo amen, de hecho, significa la esperanza de que otros de alguna manera no vean al nene deforme como uno lo ve –como una traición grotesca y mal formada de las mismas posibilidades que le dieron vida–. Uno espera y mucho que ellos lo miren y lo alcen y lo mimen y se enamoren de algo que ellos ven como rosadito y entero, como el tipo de milagro trascendente que son los bebés sanos y los libros a escribir.

O sea que uno queda medio entrampado: uno ama al nene y uno quiere que otros lo amen, pero eso significa esperar que otros no lo vean de verdad. Uno quiere más o menos engañar a los otros: que vean como perfecto algo que de corazón uno sabe que es una traición a cualquier noción de perfección.

O uno no quiere engañar a nadie: lo que uno quiere es que ellos vean y amen a un bebé divino, milagroso, perfecto, de propaganda y que encima tengan razón en lo que ven y sienten. Uno quiere equivocarse por completo: uno quiere que la fealdad del bebé deforme resulte ser nada más que una rara alucinación o engaño de uno. Sólo que eso significaría que uno está loco: uno fue perseguido por y asqueado por deformidades horrendas que de hecho (otros lo convencen a uno) no existen. O sea que a uno le faltan al menos un par de jugadores, no hay duda. Aún peor: también significaría que uno ve y desprecia deformaciones en algo que uno creó (y ama), en la propia semilla, de cierto modo en uno mismo. Y esta última y mejor esperanza representaría algo mucho peor que ser un mal padre: sería una clase terrible de autoagresión, casi de autotortura. Pero pese a todo es lo que uno más desea: estar completa, insana y suicidamente equivocado. Todo esto es muy divertido. No me malinterpreten.


8.16.2008


Juan Duchese Winter, Equilibrio encimita del infiermo: Andrés Caicedo y la utopía del trance. (Cali: archivos del Índice, 2007).


La Habana de Constantino Arias

8.08.2008

LA VERDADERA HISTORIA DEL HOMBRE INVISIBLE

Eduardo Lalo, Los países invisibles
San Juan: Editorial Tal Cual, 2008


Eduardo Lalo, ya conocido por libros tan cautivantes como Los pies de San Juan y donde, es uno de los escritores caribeños de este siglo veinte extendido, de este siglo veinte parte II, que tienen algo que decirnos. Lalo es autor de una obra que no entretiene mucho, que no se acomoda, que sostiene una actitud singular, y con ella, una real experiencia de lectura. La experiencia es, por definición, negadora, niega la experiencia previa. Un evento que se repite, que confirma lo siempre vivido, no es experiencia, sino remanencia en lo mismo. Hay quien dice que revive una experiencia del pasado, pero en verdad, la experiencia de algo ya experimentado transforma ese “algo” al que remite la memoria, negándolo, es decir, revela algo más que antes no era así, un otro dentro de ese “algo” que no se había vivido tal cual. Además, el mero hecho de vivir algo “de nuevo” es una experiencia nueva, la propia expresión “de nuevo” así lo constata: se agrega a lo antes vivido el nuevo hecho, antes desconocido, de revivir ese instante al que se remite. Decir “pasé por la misma experiencia” es conocer la nueva experiencia de volver a experimentar un momento conocido. Por eso, hasta el dèja vu destaca en sí mismo como una experiencia particular, y no como mera repetición. Es en ese sentido que me refiero a la experiencia de lectura y a su capacidad de negar lo que anteriormente se tenía por experiencia.

El más reciente libro de Lalo, Los países invisibles, nos asegura: “escribir, como cualquier otro empeño creativo, va en contra de lo establecido, es decir, de lo establecido en uno mismo. Escribir, es pues, un acto de descreimiento; un acto de alejamiento de lo que hasta ese momento era el sí mismo”. Para escribir como Lalo y otros secuaces de la escritura desentretenida y retadora de la experiencia, no se precisa ser ateo en el sentido anti-religioso, pero sí se requiere ser por lo menos un ateo de algo. Digamos, un ateo de la política, ateo de la literatura, incluso ateo de la felicidad o ateo del propio yo, pero hay que descreer mucho, descreer hasta causarse daño, para llegar a creer en el acto de escribir, para llegar a tener la fe en la escritura que testimonia ese Eduardo Lalo que camina a pie por sus países invisibles con sólo dos plumas de escribir, una cámara antigua y un cuaderno en su mochila al hombro, desesperado, soportando el tráfico automovilístico, el polvo de las calles y las avenidas feas y malolientes de Puerto Rico, o las famosas avenidas de Europa, que por increíblemente bellas le parecen más plásticas y detestables que las de Puerto Rico… ese Eduardo Lalo que aborrece el desierto cultural de la carretera # 3 pero que también es capaz de repudiar, de repudiar con repulsión, hasta el punto de casi inducirse náuseas y arcadas, el espectáculo del canal mayor de Venecia, también maloliente, reducido a parque de consumo temático…

En principio, Los países invisibles aparenta ser un ensayo-crónica. Un narrador factual, prácticamente un “yo” ensayístico”, anota fechas, describe viajes y apunta reflexiones originales e interesantes sobre el espectáculo que ofrece al viajero la cultura global contemporánea. Pero ese Lalo que nos habla desde sus países invisibles descree tanto de lo que le rodea que, en sus tripeos de descreimiento, se lleva enredado a su propio yo y termina trocándolo en ficción. El supuesto “yo ensayístico”, ese escritor que debe responder ante lo que dice con su propia persona, se convierte aquí, literalmente, en el ciudadano invisible de unos países invisibles, en fin, en personaje de novela. Lalo el personaje invisible comenta en tiempo presente los incidentes de su viaje (que también son incidentes del viaje que conduce dentro de sí mismo), desde la perspectiva limitada del personaje de una novela, que desconoce los hechos que le aguardan en las próximas páginas del relato. Cada momento y cada lugar lo sorprenden e, independientemente de que a veces lo sorprendan en su terca constatación de lo mismo, lo llevan a pensar algo nuevo, a corregir lo antes pensado. Sus ideas corresponden a sus estados de ánimo de cada momento, en una situación anímica tan incambiable que cualquier variación mínima destaca con singularidad. Tal secuencialidad requiere, por supuesto, invención narrativa, es decir, ficción. Este posicionamiento del yo narrador no puede sino erigirse un marco ficticio, pues desgaja la conciencia del personaje, de la mirada total del escritor que analizaría todos los hechos y conceptos presentados desde afuera, conociendo el principio y fin, no sólo de la aventura, sino del razonamiento reflexivo que ésta conlleva. Así, el Lalo invisible, se desprende del Lalo visible que correspondería a un ensayo-crónica en regla. Lalo se interna de ese modo en la ficción creada por Lalo, prosigue su caminata errabunda por calles tan candorosamente detestables que llega a amarlas sin compasión, portando, como un San Pablo en negativo, el secreto de la buena nueva de la escritura, pero de otra escritura que exige descreer de todo para abrazar la nueva fe en la desilusión. Se han comentado bastante los versos de Wallace Stevens que proclaman la desilusión como la última ilusión del siglo veinte. Es posible que esta inaudita fe de Eduardo Lalo en la pura desilusión se relacione con los versos del gran poeta estadounidense. Pero el texto consigna con claridad las afinidades budistas de la increíble esperanza en la desesperanza sostenida por el protagonista de Los países invisibles. De hecho la reconciliación con la desesperanza, y el profundo respeto por la desilusión cultivados en la obra de Eduardo Lalo adquieren un potencial restaurador y terapéutico nada desdeñable, muy próximo al pensamiento budista que sirve de referencia constante, implícita y explícita en su obra.

Antes de pretender explicar, se debe comprender. La comprensión no se relaciona demasiado con argumentos, razones ni constataciones de hechos, sino con la experiencia. La experiencia integra lo consciente y lo inconsciente, lo conocido y lo desconocido; por ello la mejor manera de verbalizar la experiencia y de aproximarse a su verdad es narrarla con la ayuda de la invención o la ficción. Si asumimos Los países invisibles como la novela que es, arribamos a la posibilidad de comprenderla como articulación de una experiencia y como experiencia de lectura. En ese sentido, Los países invisibles nos conduce a un acto de comprensión que debe servir como punto de partida para la explicación de las provocadoras reflexiones culturales y filosóficas que plantea.

Este libro de Eduardo Lalo reclama, entonces, leerse como una novela de tesis, en cuanto su protagonista expone una concepción existencial del mundo contemporáneo que implica ideas sobre la cultura, la escritura y el compromiso ético del intelectual. Dichas ideas reclaman ser explicadas a la luz de la comprensión del mundo narrado, es decir, novelesco, que las alberga. Hay que comprender la trayectoria de conciencia expuesta por el narrador-protagonista, la cual cumple el esquema fundamental y clásico de la conciliación del héroe con el destino. No en balde aparece una y otra vez la figura de Odiseo hacia el final del relato. El gran guerrero épico se reconcilia en Ítaca con la inconsecuente domesticidad de su destino final. El narrador neurótico de Los países invisibles, hastiado del roto en el mapa donde le ha tocado vivir después de haber disfrutado the time of his life en París y Madrid, ese narrador que maldice de la periferia al borde de la periferia del mundo a la que lo condenan sus circunstancias, ha emprendido una caminata en la cual va arribando, con cada paso y cada pisada del pavimento gris, al sentido de la tierra y del lugar que ningún otro sitio le podrá dar, porque descubre el sentido de la tierra que le pertenece, que ha llegado a amar en su yerma franqueza, tal como un místico ama su desesperación de encontrar a Dios. El sentido de la tierra, del país invisible que el destino le depara a nuestro héroe de la urbe mal construida y mal desparramada es la riqueza de su dura verdad, ante la cual se derriban las ilusiones del consumo global y de la sociedad del espectáculo impuestas por los centros imperiales que presumiblemente instauran e invisibilizan las periferias. El personaje, en fin, no reniega del lugar que le toca, más bien se entrega a él, le jura fidelidad y lo asume no sólo como destino, sino como paradigma de una extraña e íntima belleza.

Desde una comprensión tal es que corresponde explicar las tesis de Eduardo Lalo relacionadas con la invisibilidad. La invisibilidad atañe a la borradura de las diferencias operadas por el proceso de acumulación global del capital. Recurrimos a la primera frase del libro: “El mundo ya no es el mismo porque ya no es diferente”. Lalo registra en su estilo singular el proceso de indiferenciación de los espacios que remonta a la primera borradura o tachadura efectuada por Occidente sobre las otredades que éste pretende confinar a un rol periférico y subordinado, a saber, la rayadura colonial. En el argumento de Lalo, Puerto Rico se le revela como típica víctima de esa invisibilización que inaugura lo moderno fatal. Sin embargo, lo que Lalo llama la condición puertorriqueña, muestra originales señas de excepcionalidad, pues según él, el nuestro constituye un país de avanzada en el proceso de despersonalización, espectacularización y mercantilización de la vida entera que les aguarda al resto de los lugares del mundo. Ciertos pasajes de su libro permiten relacionar esta afición vanguardista de nuestro país al progresivo ninguneo de todas las individualidades culturales, con el papel de vitrina de la democracia de mercado estilo American Way que Estados Unidos le asignó al país durante la guerra fría. Por ejemplo, un pasaje del libro constata cómo “[e]sa economía inflada por las subvenciones estadounidenses, que pretendían convertirla en un espécimen en exhibición que representaría, ante los proyectos de la izquierda latinoamericana, los beneficios del capitalismo y del modo de vida norteamericano, se ha venido al suelo”. La acelerada e intempestiva modernización y urbanización del país, en un marco de dependencia colonial, derriba las defensas socioculturales y los reacomodos permitidos en otros lugares, desbocándose en una modernización hipertrófica, deforme y destructiva de los espacios y tiempos propios de la vida, que combina desertificación topográfica con desertificación cultural. Lalo, el expedicionario urbano que insiste en el despropósito masoquista de andar a pie por las avenidas sin aceras ni calzadas sanas, hostiles a quienquiera que pretenda caminar diez pasos más allá de la puerta de su automóvil, también recurre a sus jornadas de paseante europeo defraudado para cotejar que su experiencia puertorriqueña prefigura y profetiza el destino del globo. Así, Puerto Rico, como primer territorio invisible de América, encierra el destino de innumerables candidatos a una invisibilidad progresiva asegurada por procesos que arrasan a los pretendidos centros e invisibilizan también a las propias capitales de lo occidental visible (i.e., Venecia, Madrid y similares). Puerto Rico se convierte, así, en un lugar extremadamente interesante por razones muy distintas a las que esgrimiría una interpretación convencional y bienpensante de nuestra realidad. Puerto Rico adquiere en el planteamiento de este personaje insólito de nuestra literatura, una importancia secreta e indiscernible ante la ceguera de sus pobladores, importancia a la cual se aferra el personaje como faro y lumbrera de su puesto y su misión en el mundo.

Aquí no he empleado, por supuesto, el singular lenguaje del libro, he acudido a algunos términos y conceptos no necesariamente usados por Eduardo Lalo, pues prefiero explicar sus tesis a partir de la aventura de leerlo y de mi particular comprensión de la experiencia personal que propone. Creo que se puede no compartir el pesimismo metódico de Lalo, que se puede, por supuesto, cuestionar las tesis culturales expuestas en la novela, pero se nos impone su gesto de legarnos, más que una tesis, una experiencia, es decir, de comunicarnos un evento de escritura que desafía la usual manera de ser sí mismo del lector. El oráculo de Delfos le encomendó al pensador que se conociera a sí mimo, pero como sostenía Paul Ricoeur, la ruta más certera entre el yo y el conocimiento de sí mismo es la palabra del otro. Eduardo Lalo nos lega en Los países invisibles su otra palabra desde una experiencia definitivamente negadora de lo mismo. Ello basta para invitar a leerlo.

JUAN DUCHESNE WINTER
Guaynabo, Puerto Rico, agosto de 2008

8.04.2008

¿QUE DERROTA?

RAFAEL CADENAS

Derrota

Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo
que creí que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más
burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo
("Ud. es muy quedado, avíspese, despierte")
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada a cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas esas cosas y por otras
cuya enumeración sería interminable;
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico
aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer
todo y crear de mi indolencia, mi flotación, mi extravío una frescura nueva,
y obstinadamente me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros
y de mí hasta el día del juicio final.

6.07.2008

SINDROME GUAYNABO CITY

Es una plaga de incultura, arrogancia, exhibicionismo y conformismo rastrero que parece emanar de las altas capas clasemedieras de Guaynabo y alrededores, pero quizás se extiende por el país como una pandemia sin considerar límites territoriales fijos. Ciertamente se relaciona con la proliferación notable de letreros y señalizaciones oficiales, como Guaynabo City, Guaynabo City Police, Guaynabo City Limits. (Se pronuncia “ciri”, como en “pari” y “biuriful”, por supuesto.) Alguna relación guarda también con el predominio inusitado de anuncios comerciales en inglés, gente que habla inglés (salpicado de español) por todas partes, en cines, restaurantes, salas de espera, parques de urbanizaciones; personajes angloparlantes que ocupan los entornos conocidos, desfamiliarizándolos con un toque siniestro, unheimlicht. Una película española se puede llamar Hable con ella, pero no, ellos piden boleto para “Talk to her” y reclaman subtítulos en inglés. Mas el inglés es sólo un síntoma secundario y no pretendemos identificar con este fenómeno a todo el que use el inglés como lengua primaria en Puerto Rico. Ese no es el punto. En verdad, decir que estas entidades hablan, sea el inglés o el español, es un decir, pues no se sabe a ciencia cierta si emitir frases como los muñecos “action figure” (Barbie, G.I Joe) tiene alguna relación con lo que conocemos como lenguaje. Nos viene a la mente el género de películas que se inauguró en La noche de los muertos vivientes. Estos no son inmigrantes; no son los nuyoricans de retorno, no son los ya familiares gringos. Es otra cosa. Son homúnculos de plástico. Se trata, en efecto, de la Invasión de los Momios Vivientes.

No vienen del exterior sino de la entraña asfaltada y climatizada de las urbanizaciones cerradas, del corazón del suburbio, del cogollo de la metro-isla. Encuban en los conductos de aires acondicionados centrales. Se propagan en BMW, Mercedes, Lexus, Hummers, autos que otros usan por su alegada eficiencia, pero que ellos exhiben como escudo de poderío. Son alérgicos al ambiente donde obtienen su alimento, es decir, la isla que les provoca tirria, por lo que realizan incursiones repetidas en parajes que asumen como su único habitat natural: Boston, Texas, Miami, y las nieves esmirriadas por el calentamiento global en Colorado y Vermont, donde cargan sus baterías. Estos nombres siempre están en sus bocas, pero el nombre de Puerto Rico se reduce a las siglas “PR”, pronunciadas “pi ar”.

Los momios vivientes invaden ciertos espacios sociales de su preferencia: colegios, universidades, restaurantes, cafeterías, cines, tiendas, esquinas del mall. Lugar que ellos escogen frecuentar es lugar que se malicia. Imponen una presencia petulante e indeseable. Hablan para ostentar. Gestualizan para imponerse. No nos equivoquemos, esta conducta no tienen nada que ver con la algarabía simpática, el vocerío y el gesto tropicales, sino con la arrogancia excluyente y antipática del momio. Es como si los maniquíes de las boutiques comenzaran a salir de las vitrinas, y ocuparan todos los lugares disponibles, asumiendo gestos y figuras grotescamente arrogantes y desagradables. En una fila de cafetería un ejemplar hembra le ¨dice” a otro del mismo sexo: “Mira nena, este invierno we switched to Vermont, porque tienen nieve más chévere que la de Colorado”. El otro ejemplar hembra le contesta “¡Que va nena! Lo que pasa es que hay que reservar en Colorado bien early tú sabes”. Luego, como si le pulsaran otro botón, la primera cambia de “tema”: “Viste, Tatin tiene que estar pasando por una situación ho-rri-ble, está completamente out of it, hasta se salió de Facebook, imagínate nena”. La segunda: “¡Oh, Shut up! ¿She quit Facebook? Entonces pa mí ella no existe”. Etc. Las hembras miden el tiempo y la edad por el número de cirugías plásticas. Si bien una cirugía plástica (de tetas) equivale más o menos a 15 años de edad, y dos cirugías (de boca y nariz), a 25, la relación es muy variable y difícil de determinar. Los ejemplares que ya “se las han hecho todas” suelen lucir cuatro abultamientos neumáticos donde van las tetas y los traseros, y máscaras de vinilo con expresión de mico asustado o con sonrisa fija garantizada, dependiendo. En cuanto a los ejemplares machos, es imposible citar o transcribir los chasquidos ininteligibles que emiten. Sus monosilábos parecen aludir a yates, lavados de dinero, marcas de whisky, palos de golf y proyectos de desarrollo, pero no se puede asegurar nada.

Cualquiera que realice un poco de observación de campo podrá detectar muchísimos rasgos adicionales del síndrome Guaynabo Ciri. Son rasgos de cosificación progresiva, de conversión de la persona y su relación con el entorno en cosa y en objeto-mercancía. El síndrome caracteriza un estado de inconciencia contextual, social e histórica en el cual el tiempo y el espacio de la vida diaria, del mundo vivido se asimila al tiempo y espacio de la circulación de la mercancía, descorporizada como imagen del espectáculo publicitario. Cuerpos, lenguaje, movimientos, mentalidades, se amoldan a los esquemas de la circulación y acumulación del capital. Es lo que llaman reificación o cosificación del mundo vivido, que se convierte en mundo numerado y cuantificado.

El síndrome Guaynabo Ciri no debe identificarse exclusivamente con el municipio citado. Allí se concentran unos síntomas emblemáticos y conspicuos que se manifiestan de manera parecida o apenas diferente en otros lugares. Los momios de Guaynabo Ciri corresponden a un sector minoritario de clase, aunque aparentan ser más numerosos de lo que realmente son, debido a los estragos de la imitación. Provienen de los altos niveles capamedieros que han tomado el lugar de lo que se conocía como la burguesía, cuando existía una cultura burguesa. Este sector es el bastión de la anticultura. No cultiva nada, ni cultura popular ni cultura de élite, sino la ostentación estrictamente cuantificable de su capacidad exagerada de consumo. Además, hay que tener cuidado con aplicarles sin mayor análisis conceptos tradicionales como la americanización o asimilación. Es cierto que la Invasión de los Momios Vivientes de Guaynabo Ciri se identifica con el predominio del sentimiento anexionista y el imperio del PNP en ese municipio. Y ciertamente ellos actúan como clones de sus congéneres de clase estadounidenses. Pero ese aspecto es una derivación secundaria que no explica nada. De hecho, las categorías de la americanización o la asimilación resultan cada vez menos pertinentes en los estudios culturales puertorriqueños. Cientos de miles de puertorriqueños de la isla se vinculan intensamente, por razones familiares, de trabajo o estudio con los Estados Unidos, e inevitablemente se transculturan de muchas formas en su contacto con distintas esferas de vida en ese país. Existen tantas maneras de “americanizarse” como maneras de vincularse a la vida estadounidense desarrolladas por cientos de miles de puertorriqueños. Pero los momios estilo Guaynabo Ciri son tan siniestros en los ambientes estadounidenses como lo son aquí. ¿Quiere esto decir que están más americanizados que la mayoría de los estadounidenses? En Estados Unidos existen estas mentalidades y conductas, y sólo representan, al igual que aquí, a sectores muy minoritarios. En efecto, para muchos críticos culturales norteamericanos, los momios estadounidenses constituyen una amenaza a la cultura como expresión de una cotidianidad plenamente vivida. Los mismo podríamos decir de los momios guaynabenses. Existen otras formas de “americanización”, si es que se le va llamar así a todo contacto transcultural con formas de vida estadounidenses, muy distintas de esa deriva enajenante. Como se ve, la categoría de la “americanización” es tan amplia y abarca tantas expresiones, que no sirve para situar las coordenadas de este problema. Cabe aplicar aquí categorías de clase relacionadas con las más recientes mutaciones del capitalismo y el consumo. Por el momento, conminamos a los lectores a que, en sus observaciones del ambiente isleño, tomen en cuenta este fenómeno y sus complejidades.

3.29.2008

GOTCHA

1.08.2008

Un paso atrás para dar dos pasos adelante...

Le dominaba la sensación de estar siendo empujado hacia adelante por su renuncia a avanzar.

Maurice Blanchot, Thomas el oscuro.

Proverbio chino

"Todo tiende a dividirse en dos"

—Chu Yang, jefe del PC chino cuando el gran cisma Peking-Moscú (1963)