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8.16.2004

La estrategia de Chochueca

BAJO LA MIRADA DE DIOS Y DE LOS PERROS

La escritora dominicana Rita Indiana Hernández tiene 25 años, 6 pies con 3 pulgadas de estatura y una excelente novela: La estrategia de Chochueca. Aunque el libro se agotó en las librerías de la capital al poco tiempo de salir, a juzgar por los medios culturales establecidos, no ha existido. Sin embargo, ya es objeto de un culto literario fundado en la fotocopia furtiva. Según el crítico Néstor E. Rodríguez se trata de “la contribución más importante a la novelística dominicana de los últimos 20 años”. Y Emilio Winter Montalvo lo considera una tentativa de aprehender la posmodernidad propia de las sociedades periféricas.* El título nos recuerda la “estrategia de lo peor” preconizada por Jean Baudrillard para estos tiempos del paroxismo.

Silvia, la joven protagonista y narradora del relato, asume, en efecto, una “estrategia de Chochueca” (así se llama un personaje de la cuentística popular que roba atributos y prendas a los muertos). Ella sigue la corriente de lo que le acontece sin otra resistencia que un discreto terrorismo de la ironía y la distancia. Algunos le llaman a eso “pasividad radical”. Las aventuras de Silvia discurren por una zona gris de la ciudad primada de América, habitada de ravers, cyber-freaks y poetas dedicados a la rola, el sexo, el perico y, en sus límites, la delincuencia ocasional —típica frontera nebulosa entre la alta clase media americanizada y el lumpenato, díria un sociólogo. Pero la novela celebra a su modo los cuerpos jóvenes y las mentes privilegiadas enfrascadas en la fuga paradójica de la ruptura y el placer. Son “bravos del placer”, como pedía el alejandrino Cavafis, hedonistas ilustrados en el desgaste de la cultura moderna arrancada a pedazos en una ciudad tropical que encarna la anti-utopía tan temida. En vez de las palmeras, el cielo azul y el mar que en la distancia parece que se unen, y de los resorts todo-incluído, destacan las vecindades miserables, los cafetines tiernamente tacky de una bohemia espectral, las calles atestadas de turistas, mendigos y vendedores minusválidos, el fango callejero que se adhiere a las ruedas del vehículo todo-terreno y que los niños de las barriadas corren a remover con palitos. Pero ahí mismo Silvia y sus amigos cultivan un sofisticado estilo cool de subsistencia y creación, unas situaciones que los definen en su intimidad profunda de una nueva manera, en imperceptible ruptura con las generaciones todavía adheridas a un proyecto agotado de sociedad. Esas situaciones incluyen también una sexualidad otra bastante demarcada en la novela, para la cual la palabra queer sería ridícula.

Desencajados del magma social, solos en sus rituales exquisitos de cool-idad, los personajes se acompañan por la avenidas de Santo Domingo labrando un sensorium propio. Urden esas estructuras nuevas de la sensibilidad que gustaba invocar Walter Benjamin. Dice Silvia: “Porque cuando estábamos juntos el día se sacudía el polvo de encima y se volvía una luciérnaga enorme sobre la que tú y yo recorríamos la ciudad en círculos perfectos e inservibles, escarbando este laberinto de pelusas que es Santo Domingo”. Actuar con cierto estilo y actitud en tales condiciones proporciona una distinción existencial, sin importar la invisibilidad del acto. “Por un momento es delicioso saberse sola en este subdesarrollo de mierda”, cavila la protagonista mientras camina con su secreto por las calles. Y tal secreto, aparte de la conspiración “cool” del momento, incluye la escritura. Este texto revela a una gran artista de la palabra escrita y del arte de contar. Ese es el máximo gesto contenido en la obra, un tesoro espiritual más de nuestro “subdesarrollo” supuesto. Es digna de disfrute la delicadeza literaria con que se trabaja el habla juvenil citadina de la R.D., incorporando sus vivos criollismos y anglicismos, además de la gracia con que se hilvanan ritmos orales y escriturales en episodios cíclicos que acompañan la leve progresión de la intriga.

A mi juicio esta obra comunica de modo especial con ¡Que viva la música! (1976), del colombiano Andrés Caicedo. Quizás el personaje de Silvia encarna un avatar de aquella María del Carmen Huerta, la roquera loca de Cali que Caicedo mismo secretamente ansió ser hasta el instante del suicidio. Ambas, María del Carmen y Silvia, son rubias melómanas que deambulan por ciudades afrolatinas, acechantes y calurosas. El texto de Rita Indiana Hernández también pasa por el trance de la música, el morbo nihilista de la ruptura y la celebración de una juventud abierta, literalmente, a la herida de la experiencia. Vibra la misma sexualidad otra. Sin embargo la explosión contra-cultural y el impulso de transgresión quedan atrás en La estrategia de Chochueca. Para Caicedo la experiencia era fatalmente imposible porque siempre degeneraba en experimento. Para Rita Indiana Hernández la experiencia se trueca en actitud. Aquella era una rebeldía roquera, agónica, tropezante bajo “la marcha del progreso”. Ésta es una indiferencia pop, coolmente agresiva, divertida y desgajada con el desfondamiento del “progreso” en nuestras sociedades.

Emilio Winter Montalvo sitúa a la autora entre narradores como Pedro Gutiérrez, el autor de la Trilogía de la Habana (de hecho, esta novela corta o nouvelle de Rita Indiana Hernández, también integra una virtual trilogía urbana, junto a dos volúmenes que le suceden: Santo Domingo No Problem y Ciencia-succión). Tal vez ambos autores coincidan al abordar con cierto hiperrealismo la ingobernabilidad social y moral del Caribe posmoderno, pero Rita Indiana Hernández no participa del gesto transgresor del escritor cubano y su muy vendido “shock value”. En el relato de Rita no hay un gran Otro al cual impresionar con una histeria maldita propia de una sensibilidad moderna ya perimida. Para ella, al menos en este mundo, parece que todos somos los domini cani, nombre en latín de la orden religiosa que significa “los perros de Dios” y que sirve de gentilicio a su nación. Ella adopta “la estrategia de Chochueca”, en la cual no hay nada que transgredir sino “hacer caminar los zapatos de un muerto”, asumir poses cool por dignidad y creatividad propia sin ninguna autoridad u ojo paterno al cual provocar en este mundo. Como dice Silvia: “sé que pululamos bajo la mirada de Dios y de los perros únicamente, pero eso ya es algo”.

[Juan Duchesne Winter]


* Ver El mono adivino 2, revista electrónica en www.monoadivino.org