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4.12.2005

Aurea María Sotomayor

Selección de poemas del libro Diseño del ala (Ediciones Callejón, 2005).


Lezama



Y toda siembra que nos hace temblar se hace en el espacio sin respuesta, que al fin es una respuesta.

—José Lezama Lima



I

En vez del cuerpo,
sublime música. Envés del signo
el viento por detrás soplando recio,
ocaso empurpurado, nube caníbal.
Y de las alucinaciones,
lo que tienen de sed.
Me acojo al silencio de esta bóveda
con su millar de estrellas.
Sonrisa etrusca, bizantina, viajera,
fastos quemados del fervor.
Noche estrellada,
místico acorde roto sobre intenso azul
en un fragmento de la Sainte Chapelle.
Ardor suspenso genuflexo.
¡Ah, que no escape!

II

Se acumula la tinta en esta sima
que se prolapsa con el desbordamiento.
Sufre la sorpresa el abrillantamiento de la nuez
hecha almíbar en la boca juguetona de una nave a la deriva.

Eleva su lengua hasta tocar el cielo de la boca
chasquea la sílaba entintada
echa al mar. Regocijada en la marea nocturna
de esta ínsula, el protocolo de su carnalidad gravita hacia la imagen.
Tensa su ronda de destellos
sujeta a la morada perpetua de la gracia.



III

Ausente de los hechos fluye el vértigo,
pasan las aguas tibias en que la nada
alardea de signos impalpables:
sepultos sones siempre volátiles,
ala de tinta.


La anunciación



El arco no es más que una fuerza sostenida por dos debilidades.

—Leonardo da Vinci


En esa mano enhiesta
figura la pieza botánica de un lirio
que se interpone entre sus miradas.
Esa otra mano ya no es mía.
Tampoco los pinos demasiado verdes y simétricos
que conducen la vista hacia los botes.

La carnada se arroja con la cuerda o la línea.
Siempre hay un pescador que recoge su malla
cuando atardece. Una vez pescó alas,
otras, materia para el escabeche o el sancocho.
Vio los cardúmenes, creyó en las rachas que lo remontarían
hacia otra parte
y gareteó en las aguas quietas de los remansos.

Confía en los paisajes de la tradición
en la cosa mentale
en la efímera música. Todo con
fluye en la debilidad de los arcos.
Los pinos no se cimbrean en ese espacio sin viento
y la mano que no es mía sujeta con terror un lirio transparente
que no quiere ofrecer. Acaso la inclinación vertical de esa mano
lo diga todo. Sujeta sin sujeto.
El campo roceado en verde oscuro con diminutas flores,
ya no concibo si fue mío en el tapiz
o en ese plano que sostiene los pliegues
que forman el contorno de un cuerpo
que estudié y no conozco.
No bastaría mirar para advertir
en qué consiste su atracción o su distancia.
Quizá lo más artístico sea esperar
para apreciar el todo, su misterio.




Lección de estética: el salto


El desarrollo de esa flexibilidad se halla
en la capacidad de la coyuntura para sostener cierto peso.
Así también la voz, que sin el cuerpo no accede al espíritu.
Sin ese umbral no hay voz,
sin el cuerpo no se entra en la luz.
El impacto del salto sobre el gozne es violento.
El dolor se mitiga en el aire,
como el rocío cuando disimula una lágrima
o cuando un arcoiris descomunal eclipsa al alba.
La intensidad resulta de la libertad que la desata.

Desde afuera se mira difuminada la visión
por el sonido de la música que la involucra en gasas
y camuflagea, asistida por los compases,
el fulgor con que el pie lamina el piso de madera
o la voz hiere la barrera del sonido,
acumulando en el regreso de la onda el impacto todo de aquel cuerpo.
El espectador es abstraído del esfuerzo
por milagro del marco que circunda su éxtasis.
Esa distracción que lo sustrae del golpe
le permite apreciar el esplendor:
cuando el todo se hunde en el silencio de un mapa de estrellas.

Pero las vendas sangran,
las uñas se encarnan, el cuerpo duele,
los ojos arden, la piel se agrieta,
las manos tiemblan y el alma se desgasta.
La voz,
hay que esforzarse porque no se rompa en el extremo
de su disciplina o su fervor, al borde de su opio.
En esa pausa, en ese sueño obsceno
donde quisiera entregarse a lo real,
una herida coagula:
allí donde se crea el arco
y se empurpura el signo.
De un lado, entonces,
el desconsuelo con que imagino al viento
puliendo un promontorio,
así como se borran las sales de una piel.
Del otro, el tiempo que toma contemplarlo.