Situado en Destruction Bay, Provincia del Yukon, Canadá. Número variable de habitaciones disponibles. Contactar al Concierge o al Huésped S.
7.19.2007
FETICHE PROGRESO
Luis Mattini
El progresismo y la justicia social
Luis Mattini es el nom de guerre de Arnold Kremer, obrero metalúrgico que integró la dirigencia histórica del PRT-ERP (Argentina). Figura en Errepé (2004, Gabriel Corvi y Gustavo de Jesús), documental que recoje testimonios de sobrevivientes del PRT-ERP, conocidos como "los últimos guevaristas".
Si existe una palabra equivoca, ésta es progresismo.
Se dice que progresista es aquel que está a favor de la razón, la ciencia, la educación, el trabajo, el arte, la equidad social, etc. Sin embargo no es tan obvio el hecho de que la inmensa mayoría de las corrientes políticas son progresistas.
¿O acaso se puede dudar de que trotskistas, comunistas, socialistas, radicales, peronistas, demócratas cristianos, demócratas en general, liberales etc. y hasta los macristas, reivindican ese concepto de progreso y tratan de impulsarlo?
¿Qué dice? ¿Que Menem no es progresista? Veamos: Durante su presidencia se produjo una verdadera "revolución agraria", no sólo en la concentración de la tierra, sino en transformaciones que pone a este país entre los avanzados del mundo en biotecnología. Hoy la vieja oligarquía con olor a bosta de vaca se ha convertido en la burguesía de los agronegocios, duplicando la producción agraria. En otro orden, merced a su gestión cualquier hijo de vecino puede tener un teléfono celular; ni hablar de la renovación del parque automotor, ómnibus, camiones, combis y automóviles, aniquilando a "mastodontes" ferroviarios y tranvías, con su consecuencia en construcción de kilómetros de carreteras y autopistas. Y mucho más ni hablar de los supermercados que pusieron a nuestro alcance todo lo que produce el mundo. También Menem transformó las Fuerzas Armadas, de ejército de imberbes conscriptos en eficiente ejército profesional. Por otro lado, por obra y milagro del dólar barato, una buena parte de los progresistas, con ropas y aires de turistas del primer mundo, pudieron conocer Cuba y apadrinar escuelitas de niños cubanos plenos de salud, con dentadura completa y ejercitada inteligencia, pero eso sí, carentes de lápices de colores, papelitos y juegos electrónicos. En el ámbito cultural, gracias a Menem el 90 por ciento de los comunicadores (y de los "comunicados") se enteró de que Sócrates no escribió libros. El gobierno de Menem implementó los cupos femeninos en la estructura política. ¡Ah! Y una cosa importantisima!: siendo católico confeso, fue el único presidente que se divorció en pleno ejercicio de sus funciones (mientras otros de discurso "progresista", laico y hasta anticlerical, se juntaban con su ex mujer, de la que estaban separados de hecho, para que fingiera como primera dama.) Después… las "relaciones carnales", que nos permitieron "ingresar en el mundo", jubilar por "viejosmundistas" a Hegel y al maestro Astrada, tirar al riachuelo a los "posmodernos" franceses con su alambicada e "imprecisa" lengua, para renovarnos con las ciencias sociales estadounidenses, con la "precisión" del inglés, reemplazar la "dialéctica" por "empoderar" y así pudimos "empoderarnos" de nuestros problemas, "empoderando" todo lo habido y por haber y gracias a ese empoderamiento la política se hizo "ingeniería política".
¿Que ese progreso no alcanzó para todos? Es cierto, pequeño detalle. En todo caso, aparte de la gran burguesía, el capital transnacional, los ricos y los que se enriquecieron en grande, en el campo de los plebeyos quienes más disfrutaron el momento fueron precisamente los progresistas.
Hay más, pero esto es suficiente ejemplo, agreguemos que poco de lo impulsado en la era menemista se ha modificado; en general hay un continuismo en esa línea de progreso, aunque ahora con discurso e imágenes setentistas. El punto culminante será cuando abandonemos esa bárbara costumbre de comer carne asada para degustar refinados platillos de soja.
La primera cosa que hay que recordar es que el fetiche del progreso fue bien explicado, para variar, por Karl Marx en el "Manifiesto Comunista": la burguesía es una clase que no puede existir sin revolucionar constantemente. Por lo tanto el progreso es un ideal del humanismo burgués, inherente del capitalismo. Todo lo humano pasó a ser burgués y todo lo burgués a humano. Sin embargo, el "entusiasmo" de Marx por ese progreso en el siglo XIX no lo era porque lo considerara "esencia" humana, sino como un período inevitable y necesario para que la burguesía destrozara formas arcaicas de dominación y creara, a su pesar, la riqueza material y el sujeto político para la realización del comunismo. No hay nada que autorice a pensar que el comunismo debía de ser necesariamente progresista. Por el contrario, Marx y Engels, en los recreos de la rigurosidad analítica de su obra –degustando un buen vino renano– soñaban, imaginaban y volcaban en notas marginales cómo, alcanzada ya la plenitud productiva para salir del reino de la necesidad, con casa y comida para todos, aún teniendo en cuenta el crecimiento de la población y demás etc., abolida la propiedad privada y el Estado, los hombres y mujeres, liberados de la dictadura de la división del trabajo, potenciarían sus energías creativas hacia lo lúdico y el arte. En tanto el progresismo hizo de la división del trabajo una identidad y del progreso una condición humana esencial que lo obliga a la compulsión productiva en constante desarrollo.
Ahora bien, el mito del progreso se basa en la idea de "superación", desarrollo infinito de modo tal que el presente sería superior al pasado e inferior al futuro. Nosotros seríamos superiores a nuestros padres y abuelos y nuestros hijos habrán de ser superiores a nosotros. (Pavada de narcisismo, de esta lógica resulta que, por el sólo hecho de haber nacido después, yo soy superior a Platón, Eloísa, Evita, el Che y, desde luego, a mis progenitores).
Una mirada atenta a la historia revela, sin embargo, que en el único aspecto que se verifica el progreso, en el sentido de superación, es lo científico tecnológico.
Por otra parte progreso significa cambio, pero cambio no es siempre progreso. O quizás sea mejor decir que no hay nada que unifique automáticamente progreso con felicidad, plenitud espiritual, bienestar o calidad de vida.
Está claro, en cambio, que la historia registra permanentes transformaciones con frecuentes rupturas (revoluciones) en donde la ruptura parece ser la única regularidad y, sin embargo, eso no significa siempre que las nuevas generaciones, tomadas en su totalidad, vivan o sean mejores que las anteriores. Más apropiado sería hablar de permanente resignificación, del modo en que se constituyen las subjetividades colectivas y del sentido que adquiere la vida y la propia historia en cada período observado. Aquello de que "cada generación tiene que hacer la suya". Cierto es que está obligada a hacerla a partir de las condiciones heredadas, pero también es importante observar que entre época, generación y herencia, hay algo más que una relación "dialéctica", (¿será el mentado "empoderamiento"?) hay un todo único en el cual determinar quién hizo a quien es cuestión de punto de vista. Hasta ahora el método lógico para analizar la historia es insuficiente para entender esos mecanismos y estéril para predecir el futuro porque siempre será creación.
El examen se complica aún más al observar cómo, cuando una generación se destaca en su época (por ejemplo la generación de entre guerras o la generación de los sesenta-setenta) suele ocurrir que la siguiente se dedique a estudiarla e imitarla, perdiendo la oportunidad de "hacer la suya", y entonces es cuando suele venir una "tercera" generación que la pasa por arriba. (sospecho que eso es lo que está ocurriendo o por ocurrir ahora).
En tal sentido el arte ofrece mejor ventaja porque en el propio arte no hay progreso sino continua resignificación (no confundir con las técnicas artísticas) El arte absorbe el pasado sin pretender superarlo en el presente, ya que el arte se dedica a poner al día los enigmas que nunca tuvieron solución, y que probablemente nunca lo tendrán, porque constituyen el drama de la vida. El arte es quizás el mejor ejemplo de felices y bienvenidos cambios sin progreso. Tal vez por eso es que el arte suele ser urticante para los progresistas cuando se empeña, implacable, en recordarles lo que quieren olvidar.
Fuera del progreso tecnológico, repito, todas las inquietudes, angustias existenciales o valores de la actual civilización, de alguna manera estuvieron presentes a lo largo de la historia, sea como lucha, (lo que implica alguna forma de conciencia de ello), sea como práctica efectiva o sea como búsqueda filosófica. No hay nada nuevo bajo el sol, parece querer decir el arte, que en su sabiduría expresa lo mismo de diferentes maneras en las diversas épocas. Por ejemplo, la situación de la mujer era mejor en las tribus germánicas que hoy en muchos países de vieja civilización; había mayor respeto a la diversidad sexual en algunas comunidades primitivas que en la Cuba socialista, los derechos humanos hincan sus raíces en el derecho natural, la lucha por la emancipación de los trabajadores estuvo presente desde Egipto, pasando por Espartaco a los anarquistas. Y ello acaso explique por qué, ante la sensación de intemperie que deja el agotamiento de un paradigma, o el aparente fracaso de una apuesta generacional, los sujetos más inquietos, los que muestran mayor capacidad de compromiso con su época, "regresen" a revisar a los viejos pensadores "conflictivos", a aquellos que se habían dejado al costado del camino en la transitoria y legítima euforia de determinada época revolucionaria,( Sócrates, Vico, Spinosa, Nietzsche, etc.).
A nadie le pueden caber dudas que la vida de los obreros industriales, jurídicamente libres, en la Inglaterra del siglo XIX, fue mucho peor que los artesanos que les precedieron. La expresión de Marx, "esclavitud asalariada", no es una metáfora. A ello se le agrega que, a mil años de que el cristianismo aboliera la esclavitud en occidente, la acumulación capitalista, en plena modernidad, se hizo en gran medida por el literal trabajo esclavo en las colonias, mientras la Europa civilizada alumbraba las revoluciones democrático burguesas en Holanda, Inglaterra, las Trece Colonias de América y en Francia. ¿Colonialismo? Sí claro, qué duda cabe, pero también recordar a Brasil, caso ejemplar de potencia esclavista con vuelo propio.
Es cierto que escribo esto desde mi casa en el barrio Congreso, con calefacción y gozando del actual estado de derecho, sin la humillación de inclinar el cuerpo o arrodillarme cuando pasa el Rey, como hubiera ocurrido en la época de la colonia. Esto es, sin dudas un progreso… para mí… porque no es menos cierto que, por un lado en aquellos tiempos había en otros sitios del mundo hombres y mujeres más libres y por otro, con sólo asomarme a la ventana veo al cartonero en su labor, y a media docena de indigentes durmiendo junto a la reja de la iglesia, testigos de que, en este mismo momento, en este mismo país y en este mismo mundo, hay millones de personas que sufren carencias infinitas y crueles persecuciones.
Y la tendencia no es precisamente alentadora por el lado del progreso: aún si convenimos que la sociedad jurídica a mediados del siglo veinte, durante los estados de bienestar, (como el peronismo clásico en la Argentina) significó una gran mejora para los desposeídos de siempre, no podemos dejar de ver que duró apenas unas pocas décadas. Los actuales muros levantados en España, Israel y Estados Unidos son un escándalo aceptado, la tendencia hacia una nueva esclavitud en la producción globalizada se naturaliza, de esclavitud asalariada pasamos a esclavos autónomos y del absolutismo de la nobleza, pasamos a la aristocracia ilustrada y a la opresión de la sociedad de control.
El mito del progreso fue cuestionado seriamente desde el arte y desde la filosofía y la critica más aguda ha sido, y sigue siendo, que el progreso vive en función de futuro. El presente es sólo válido como acumulación para la felicidad futura. Y, pues claro, podría ser una creencia más, de hecho en tanto mito, lo es y, en honor a la diversidad, debería ser tan respetable como cualquier otra, no muy diferente a las religiones monoteístas que prometen el reino de los cielos.
Pero ocurre que se da la sugerente circunstancia que quienes hoy en día sostienen el mito del progreso, quienes les dicen a los indigentes, paciencia, edúquense, capacítense, estamos acumulando para el futuro, quienes afirman que, sea por evolución o por la "ley dialéctica" del "progreso por saltos", en un futuro no lejano todos los seres humanos disfrutarán de los resultados de esa educación, tanto en bienestar material como en derechos y plenitud espiritual, quienes sostienen eso, digo, los políticos, los científicos sociales y no sociales, los sacerdotes de la tecnología, los comunicadores, (sobre todo la rama de comunicadores que popularizan las ciencias, quienes al leer esto me exorcizarán con el neologismo "tecnofobia") ellos viven este presente con altibajos, pero por lo general de más o menos a mejor y de mejor a bien, usufructuando las regalías de refritos de teorías, amparándose en la categoría "progresista" como si ésta nos eximiera de responsabilidad y sin recapacitar con el escarmiento del 19 y 20 de diciembre.
De todos modos, dejemos de lado la sorna e intentemos entender el mito, porque corresponde recordar que nosotros lo sosteníamos en nuestra juventud, cuando estábamos influidos en gran medida por el determinismo histórico. Al capitalismo le sucedería necesariamente el socialismo. El comunismo estaría al final de un largo camino en el que se integraría todo lo conquistado por la humanidad desde aquel arranque en la comunidad primitiva.
En este paradigma habíamos confundido una postura ética, ontológica, perenne, por así hablar, de Marx (la que seguimos asumiendo a mucha honra como tal) –la Tesis 11, "no sólo interpretar sino transformar al mundo"–, confundimos, repito, ese grito de combate, esa rebeldía ante la injusticia, con la oportunidad de ponerlo en práctica en una coyuntura concreta, en vísperas de la revolución alemana de 1848. Al ser en se momento Alemania el país de mayor progreso de Europa, la revolución burguesa sería la antesala de la revolución proletaria. Como se sabe, las cosas no fueron así. Sin embargo, al asumir como "ley" lo que era un cuerpo de creencias, una válida hipótesis de lucha, se olvidó que Marx afirmó mucho después que, si al momento de la crisis capitalista, el proletariado no hacía la revolución, la humanidad podría regresar a la barbarie. En ese juego entre la apasionada apuesta a la revolución proletaria y la fría admisión de la posibilidad de que no fuera así, Marx expresa el concepto de potencia y potencialidad, que poco tiene que ver con el determinismo o con cualquier forma de esencialismo. Ese es, quizás, el punto en que Marx se acerca más a Spinoza que a Hegel.
Por eso es preciso dejar de concebir a la emancipación como una resultante inevitable del progreso, al comunismo como un sucesor "material" y cultural del capitalismo en donde la ruptura sería sólo un acto político (revolución) de captura del aparato del Estado, puesto que el capitalismo no es un simple sistema económico, es una relación social que interactúa. La sociedad de mercado que reproduce la relación social y viceversa, tal relación reproduce el mercado. El ciudadano, el sujeto se troca consumidor. Por esa razón todo "progreso" técnico científico está condicionado por este juego. Todo producto de ese progreso es, en principio, sospechoso de trocar al sujeto en consumidor, real o virtual. La emancipación de la humanidad no será posible sin una profunda ruptura con esa forma de producir y consumir.. porque la dominación no reside sólo en la propiedad de los medios de producción, sino también en el carácter mismo de esos medios.
Como se dijo más arriba, Marx explicó muy claro que la burguesía es una clase que no puede existir sino revolucionando constantemente. Y repetimos que vivir revolucionando los medios de producción no es una supuesta esencia de la humanidad, porque la humanidad ni es esencia divina ni naturaleza determinada, sino potencia histórica que le posibilita ejercer esa cuota de libre albedrío suficiente para decidir "revolucionar" o no. Hoy queda claro que la humanidad, en tanto potencia, puede y debe "regular" (y hasta "conservar") los cambios en los medios de producción, reservando aquellos en que la larga empíria ha probado como adecuados y sostenibles para su satisfacción y actuar con extrema precaución ante la incertidumbre.
Todavía se puede escuchar decir por ahí que "pretender detener el progreso científico sería como pretender detener un embarazo". Esta errónea comparación deja un cuerpo de huecos, vaya la paradoja discursiva, interesantes para examinar: por ahora digamos que, de ser así, deberíamos revisar al Tribunal de Nuremberg y las condenas a los experimentos con seres humanos del nazismo. La ciencia experimenta con seres humanos,(sobre todo la economía política) Nuremberg sólo puso límites (que no siempre se cumplen ni mucho menos) Pero lo importante de Nuremberg, aún en su formidable hipocresía, fue que se atrevió a controlar a la ciencia con la ética. Antes de dicho tribunal no se necesitaba ser criminal de guerra para negarle a la ética, es decir a la política, el derecho a controlar a la ciencia.
Por último, lo más importante: quienes nos acusan de tecnofobia no comprenden que el desarrollo tecnológico sin control produce ese formidable despilfarro material e intelectual que no sólo no tiende a eliminar, sino que acrecienta la desigualdad social.(en el capitalismo y en el socialismo que supimos construir hasta ahora) En lo material, los cartoneros existen no sólo porque el desempleo brinda esa mano de obra, sino también porque su materia prima es el despilfarro de la irracionalidad productiva. En lo intelectual, porque miles de graduados por el sistema educativo –pagados por el Estado, los Organismos Internacionales o las ONG– se ganan la vida investigando y trazando proyectos de "capacitación" inútiles para remediar lo irremediable; los desequilibrios sociales. Ocupaciones que se transformaron, más allá de la mejor voluntad, en un fin en sí mismo.
Al progresismo, como religión laica de nuestros tiempos, le hace falta una revolución interna al estilo de la experimentada por el cristianismo cuando surgieron los "progresistas" sacerdotes para el Tercer Mundo, quienes para "progresar", tuvieron la sabiduría de "regresar" a Cristo.
04/06/06, La Fogata
El progresismo y la justicia social
Luis Mattini es el nom de guerre de Arnold Kremer, obrero metalúrgico que integró la dirigencia histórica del PRT-ERP (Argentina). Figura en Errepé (2004, Gabriel Corvi y Gustavo de Jesús), documental que recoje testimonios de sobrevivientes del PRT-ERP, conocidos como "los últimos guevaristas".
Si existe una palabra equivoca, ésta es progresismo.
Se dice que progresista es aquel que está a favor de la razón, la ciencia, la educación, el trabajo, el arte, la equidad social, etc. Sin embargo no es tan obvio el hecho de que la inmensa mayoría de las corrientes políticas son progresistas.
¿O acaso se puede dudar de que trotskistas, comunistas, socialistas, radicales, peronistas, demócratas cristianos, demócratas en general, liberales etc. y hasta los macristas, reivindican ese concepto de progreso y tratan de impulsarlo?
¿Qué dice? ¿Que Menem no es progresista? Veamos: Durante su presidencia se produjo una verdadera "revolución agraria", no sólo en la concentración de la tierra, sino en transformaciones que pone a este país entre los avanzados del mundo en biotecnología. Hoy la vieja oligarquía con olor a bosta de vaca se ha convertido en la burguesía de los agronegocios, duplicando la producción agraria. En otro orden, merced a su gestión cualquier hijo de vecino puede tener un teléfono celular; ni hablar de la renovación del parque automotor, ómnibus, camiones, combis y automóviles, aniquilando a "mastodontes" ferroviarios y tranvías, con su consecuencia en construcción de kilómetros de carreteras y autopistas. Y mucho más ni hablar de los supermercados que pusieron a nuestro alcance todo lo que produce el mundo. También Menem transformó las Fuerzas Armadas, de ejército de imberbes conscriptos en eficiente ejército profesional. Por otro lado, por obra y milagro del dólar barato, una buena parte de los progresistas, con ropas y aires de turistas del primer mundo, pudieron conocer Cuba y apadrinar escuelitas de niños cubanos plenos de salud, con dentadura completa y ejercitada inteligencia, pero eso sí, carentes de lápices de colores, papelitos y juegos electrónicos. En el ámbito cultural, gracias a Menem el 90 por ciento de los comunicadores (y de los "comunicados") se enteró de que Sócrates no escribió libros. El gobierno de Menem implementó los cupos femeninos en la estructura política. ¡Ah! Y una cosa importantisima!: siendo católico confeso, fue el único presidente que se divorció en pleno ejercicio de sus funciones (mientras otros de discurso "progresista", laico y hasta anticlerical, se juntaban con su ex mujer, de la que estaban separados de hecho, para que fingiera como primera dama.) Después… las "relaciones carnales", que nos permitieron "ingresar en el mundo", jubilar por "viejosmundistas" a Hegel y al maestro Astrada, tirar al riachuelo a los "posmodernos" franceses con su alambicada e "imprecisa" lengua, para renovarnos con las ciencias sociales estadounidenses, con la "precisión" del inglés, reemplazar la "dialéctica" por "empoderar" y así pudimos "empoderarnos" de nuestros problemas, "empoderando" todo lo habido y por haber y gracias a ese empoderamiento la política se hizo "ingeniería política".
¿Que ese progreso no alcanzó para todos? Es cierto, pequeño detalle. En todo caso, aparte de la gran burguesía, el capital transnacional, los ricos y los que se enriquecieron en grande, en el campo de los plebeyos quienes más disfrutaron el momento fueron precisamente los progresistas.
Hay más, pero esto es suficiente ejemplo, agreguemos que poco de lo impulsado en la era menemista se ha modificado; en general hay un continuismo en esa línea de progreso, aunque ahora con discurso e imágenes setentistas. El punto culminante será cuando abandonemos esa bárbara costumbre de comer carne asada para degustar refinados platillos de soja.
La primera cosa que hay que recordar es que el fetiche del progreso fue bien explicado, para variar, por Karl Marx en el "Manifiesto Comunista": la burguesía es una clase que no puede existir sin revolucionar constantemente. Por lo tanto el progreso es un ideal del humanismo burgués, inherente del capitalismo. Todo lo humano pasó a ser burgués y todo lo burgués a humano. Sin embargo, el "entusiasmo" de Marx por ese progreso en el siglo XIX no lo era porque lo considerara "esencia" humana, sino como un período inevitable y necesario para que la burguesía destrozara formas arcaicas de dominación y creara, a su pesar, la riqueza material y el sujeto político para la realización del comunismo. No hay nada que autorice a pensar que el comunismo debía de ser necesariamente progresista. Por el contrario, Marx y Engels, en los recreos de la rigurosidad analítica de su obra –degustando un buen vino renano– soñaban, imaginaban y volcaban en notas marginales cómo, alcanzada ya la plenitud productiva para salir del reino de la necesidad, con casa y comida para todos, aún teniendo en cuenta el crecimiento de la población y demás etc., abolida la propiedad privada y el Estado, los hombres y mujeres, liberados de la dictadura de la división del trabajo, potenciarían sus energías creativas hacia lo lúdico y el arte. En tanto el progresismo hizo de la división del trabajo una identidad y del progreso una condición humana esencial que lo obliga a la compulsión productiva en constante desarrollo.
Ahora bien, el mito del progreso se basa en la idea de "superación", desarrollo infinito de modo tal que el presente sería superior al pasado e inferior al futuro. Nosotros seríamos superiores a nuestros padres y abuelos y nuestros hijos habrán de ser superiores a nosotros. (Pavada de narcisismo, de esta lógica resulta que, por el sólo hecho de haber nacido después, yo soy superior a Platón, Eloísa, Evita, el Che y, desde luego, a mis progenitores).
Una mirada atenta a la historia revela, sin embargo, que en el único aspecto que se verifica el progreso, en el sentido de superación, es lo científico tecnológico.
Por otra parte progreso significa cambio, pero cambio no es siempre progreso. O quizás sea mejor decir que no hay nada que unifique automáticamente progreso con felicidad, plenitud espiritual, bienestar o calidad de vida.
Está claro, en cambio, que la historia registra permanentes transformaciones con frecuentes rupturas (revoluciones) en donde la ruptura parece ser la única regularidad y, sin embargo, eso no significa siempre que las nuevas generaciones, tomadas en su totalidad, vivan o sean mejores que las anteriores. Más apropiado sería hablar de permanente resignificación, del modo en que se constituyen las subjetividades colectivas y del sentido que adquiere la vida y la propia historia en cada período observado. Aquello de que "cada generación tiene que hacer la suya". Cierto es que está obligada a hacerla a partir de las condiciones heredadas, pero también es importante observar que entre época, generación y herencia, hay algo más que una relación "dialéctica", (¿será el mentado "empoderamiento"?) hay un todo único en el cual determinar quién hizo a quien es cuestión de punto de vista. Hasta ahora el método lógico para analizar la historia es insuficiente para entender esos mecanismos y estéril para predecir el futuro porque siempre será creación.
El examen se complica aún más al observar cómo, cuando una generación se destaca en su época (por ejemplo la generación de entre guerras o la generación de los sesenta-setenta) suele ocurrir que la siguiente se dedique a estudiarla e imitarla, perdiendo la oportunidad de "hacer la suya", y entonces es cuando suele venir una "tercera" generación que la pasa por arriba. (sospecho que eso es lo que está ocurriendo o por ocurrir ahora).
En tal sentido el arte ofrece mejor ventaja porque en el propio arte no hay progreso sino continua resignificación (no confundir con las técnicas artísticas) El arte absorbe el pasado sin pretender superarlo en el presente, ya que el arte se dedica a poner al día los enigmas que nunca tuvieron solución, y que probablemente nunca lo tendrán, porque constituyen el drama de la vida. El arte es quizás el mejor ejemplo de felices y bienvenidos cambios sin progreso. Tal vez por eso es que el arte suele ser urticante para los progresistas cuando se empeña, implacable, en recordarles lo que quieren olvidar.
Fuera del progreso tecnológico, repito, todas las inquietudes, angustias existenciales o valores de la actual civilización, de alguna manera estuvieron presentes a lo largo de la historia, sea como lucha, (lo que implica alguna forma de conciencia de ello), sea como práctica efectiva o sea como búsqueda filosófica. No hay nada nuevo bajo el sol, parece querer decir el arte, que en su sabiduría expresa lo mismo de diferentes maneras en las diversas épocas. Por ejemplo, la situación de la mujer era mejor en las tribus germánicas que hoy en muchos países de vieja civilización; había mayor respeto a la diversidad sexual en algunas comunidades primitivas que en la Cuba socialista, los derechos humanos hincan sus raíces en el derecho natural, la lucha por la emancipación de los trabajadores estuvo presente desde Egipto, pasando por Espartaco a los anarquistas. Y ello acaso explique por qué, ante la sensación de intemperie que deja el agotamiento de un paradigma, o el aparente fracaso de una apuesta generacional, los sujetos más inquietos, los que muestran mayor capacidad de compromiso con su época, "regresen" a revisar a los viejos pensadores "conflictivos", a aquellos que se habían dejado al costado del camino en la transitoria y legítima euforia de determinada época revolucionaria,( Sócrates, Vico, Spinosa, Nietzsche, etc.).
A nadie le pueden caber dudas que la vida de los obreros industriales, jurídicamente libres, en la Inglaterra del siglo XIX, fue mucho peor que los artesanos que les precedieron. La expresión de Marx, "esclavitud asalariada", no es una metáfora. A ello se le agrega que, a mil años de que el cristianismo aboliera la esclavitud en occidente, la acumulación capitalista, en plena modernidad, se hizo en gran medida por el literal trabajo esclavo en las colonias, mientras la Europa civilizada alumbraba las revoluciones democrático burguesas en Holanda, Inglaterra, las Trece Colonias de América y en Francia. ¿Colonialismo? Sí claro, qué duda cabe, pero también recordar a Brasil, caso ejemplar de potencia esclavista con vuelo propio.
Es cierto que escribo esto desde mi casa en el barrio Congreso, con calefacción y gozando del actual estado de derecho, sin la humillación de inclinar el cuerpo o arrodillarme cuando pasa el Rey, como hubiera ocurrido en la época de la colonia. Esto es, sin dudas un progreso… para mí… porque no es menos cierto que, por un lado en aquellos tiempos había en otros sitios del mundo hombres y mujeres más libres y por otro, con sólo asomarme a la ventana veo al cartonero en su labor, y a media docena de indigentes durmiendo junto a la reja de la iglesia, testigos de que, en este mismo momento, en este mismo país y en este mismo mundo, hay millones de personas que sufren carencias infinitas y crueles persecuciones.
Y la tendencia no es precisamente alentadora por el lado del progreso: aún si convenimos que la sociedad jurídica a mediados del siglo veinte, durante los estados de bienestar, (como el peronismo clásico en la Argentina) significó una gran mejora para los desposeídos de siempre, no podemos dejar de ver que duró apenas unas pocas décadas. Los actuales muros levantados en España, Israel y Estados Unidos son un escándalo aceptado, la tendencia hacia una nueva esclavitud en la producción globalizada se naturaliza, de esclavitud asalariada pasamos a esclavos autónomos y del absolutismo de la nobleza, pasamos a la aristocracia ilustrada y a la opresión de la sociedad de control.
El mito del progreso fue cuestionado seriamente desde el arte y desde la filosofía y la critica más aguda ha sido, y sigue siendo, que el progreso vive en función de futuro. El presente es sólo válido como acumulación para la felicidad futura. Y, pues claro, podría ser una creencia más, de hecho en tanto mito, lo es y, en honor a la diversidad, debería ser tan respetable como cualquier otra, no muy diferente a las religiones monoteístas que prometen el reino de los cielos.
Pero ocurre que se da la sugerente circunstancia que quienes hoy en día sostienen el mito del progreso, quienes les dicen a los indigentes, paciencia, edúquense, capacítense, estamos acumulando para el futuro, quienes afirman que, sea por evolución o por la "ley dialéctica" del "progreso por saltos", en un futuro no lejano todos los seres humanos disfrutarán de los resultados de esa educación, tanto en bienestar material como en derechos y plenitud espiritual, quienes sostienen eso, digo, los políticos, los científicos sociales y no sociales, los sacerdotes de la tecnología, los comunicadores, (sobre todo la rama de comunicadores que popularizan las ciencias, quienes al leer esto me exorcizarán con el neologismo "tecnofobia") ellos viven este presente con altibajos, pero por lo general de más o menos a mejor y de mejor a bien, usufructuando las regalías de refritos de teorías, amparándose en la categoría "progresista" como si ésta nos eximiera de responsabilidad y sin recapacitar con el escarmiento del 19 y 20 de diciembre.
De todos modos, dejemos de lado la sorna e intentemos entender el mito, porque corresponde recordar que nosotros lo sosteníamos en nuestra juventud, cuando estábamos influidos en gran medida por el determinismo histórico. Al capitalismo le sucedería necesariamente el socialismo. El comunismo estaría al final de un largo camino en el que se integraría todo lo conquistado por la humanidad desde aquel arranque en la comunidad primitiva.
En este paradigma habíamos confundido una postura ética, ontológica, perenne, por así hablar, de Marx (la que seguimos asumiendo a mucha honra como tal) –la Tesis 11, "no sólo interpretar sino transformar al mundo"–, confundimos, repito, ese grito de combate, esa rebeldía ante la injusticia, con la oportunidad de ponerlo en práctica en una coyuntura concreta, en vísperas de la revolución alemana de 1848. Al ser en se momento Alemania el país de mayor progreso de Europa, la revolución burguesa sería la antesala de la revolución proletaria. Como se sabe, las cosas no fueron así. Sin embargo, al asumir como "ley" lo que era un cuerpo de creencias, una válida hipótesis de lucha, se olvidó que Marx afirmó mucho después que, si al momento de la crisis capitalista, el proletariado no hacía la revolución, la humanidad podría regresar a la barbarie. En ese juego entre la apasionada apuesta a la revolución proletaria y la fría admisión de la posibilidad de que no fuera así, Marx expresa el concepto de potencia y potencialidad, que poco tiene que ver con el determinismo o con cualquier forma de esencialismo. Ese es, quizás, el punto en que Marx se acerca más a Spinoza que a Hegel.
Por eso es preciso dejar de concebir a la emancipación como una resultante inevitable del progreso, al comunismo como un sucesor "material" y cultural del capitalismo en donde la ruptura sería sólo un acto político (revolución) de captura del aparato del Estado, puesto que el capitalismo no es un simple sistema económico, es una relación social que interactúa. La sociedad de mercado que reproduce la relación social y viceversa, tal relación reproduce el mercado. El ciudadano, el sujeto se troca consumidor. Por esa razón todo "progreso" técnico científico está condicionado por este juego. Todo producto de ese progreso es, en principio, sospechoso de trocar al sujeto en consumidor, real o virtual. La emancipación de la humanidad no será posible sin una profunda ruptura con esa forma de producir y consumir.. porque la dominación no reside sólo en la propiedad de los medios de producción, sino también en el carácter mismo de esos medios.
Como se dijo más arriba, Marx explicó muy claro que la burguesía es una clase que no puede existir sino revolucionando constantemente. Y repetimos que vivir revolucionando los medios de producción no es una supuesta esencia de la humanidad, porque la humanidad ni es esencia divina ni naturaleza determinada, sino potencia histórica que le posibilita ejercer esa cuota de libre albedrío suficiente para decidir "revolucionar" o no. Hoy queda claro que la humanidad, en tanto potencia, puede y debe "regular" (y hasta "conservar") los cambios en los medios de producción, reservando aquellos en que la larga empíria ha probado como adecuados y sostenibles para su satisfacción y actuar con extrema precaución ante la incertidumbre.
Todavía se puede escuchar decir por ahí que "pretender detener el progreso científico sería como pretender detener un embarazo". Esta errónea comparación deja un cuerpo de huecos, vaya la paradoja discursiva, interesantes para examinar: por ahora digamos que, de ser así, deberíamos revisar al Tribunal de Nuremberg y las condenas a los experimentos con seres humanos del nazismo. La ciencia experimenta con seres humanos,(sobre todo la economía política) Nuremberg sólo puso límites (que no siempre se cumplen ni mucho menos) Pero lo importante de Nuremberg, aún en su formidable hipocresía, fue que se atrevió a controlar a la ciencia con la ética. Antes de dicho tribunal no se necesitaba ser criminal de guerra para negarle a la ética, es decir a la política, el derecho a controlar a la ciencia.
Por último, lo más importante: quienes nos acusan de tecnofobia no comprenden que el desarrollo tecnológico sin control produce ese formidable despilfarro material e intelectual que no sólo no tiende a eliminar, sino que acrecienta la desigualdad social.(en el capitalismo y en el socialismo que supimos construir hasta ahora) En lo material, los cartoneros existen no sólo porque el desempleo brinda esa mano de obra, sino también porque su materia prima es el despilfarro de la irracionalidad productiva. En lo intelectual, porque miles de graduados por el sistema educativo –pagados por el Estado, los Organismos Internacionales o las ONG– se ganan la vida investigando y trazando proyectos de "capacitación" inútiles para remediar lo irremediable; los desequilibrios sociales. Ocupaciones que se transformaron, más allá de la mejor voluntad, en un fin en sí mismo.
Al progresismo, como religión laica de nuestros tiempos, le hace falta una revolución interna al estilo de la experimentada por el cristianismo cuando surgieron los "progresistas" sacerdotes para el Tercer Mundo, quienes para "progresar", tuvieron la sabiduría de "regresar" a Cristo.
04/06/06, La Fogata
7.18.2007
REVOLUCIONAR EL TIEMPO
Cada concepción de la historia va siempre acompañada por una determinada experiencia del tiempo que está implícita en ella, que la condiciona y que precisamente se trata de esclarecer. Del mismo modo, cada cultura es ante todo una determinada experiencia del tiempo y no es posible una nueva cultura sin una modificación de esa experiencia. Por lo tanto, la tarea original de una auténtica revolución ya no es simplemente "cambiar el mundo", sino también y sobre todo "cambiar el tiempo".
—Giorgio Agamben
--
La representación vulgar del tiempo como un continuum puntual y homogéneo ha terminado [...] empalideciendo del concepto marxiano de historia: se ha convertido en la brecha oculta a través de la cual la ideología se introdujo en la ciudadela del materialismo histórico.--
Contrariamente a lo que afirmaba Hegel, sólo como lugar original de la felicidad puede la historia tener un sentido para el hombre. Las siete horas de Adán en el Paraíso son en ese sentido el núcleo originario de toda auténtica experiencia histórica. La historia no es, entonces, como pretende la ideología dominante, el sometimiento del hombre al tiempo lineal continuo, sino su liberación de ese tiempo.--
Un verdadero materialista histórico no es aquel que persigue a lo largo del tiempo lineal infinito un vacuo espejismo de progreso continuo, sino aquél que en todo momento está en condiciones de detener el tiempo porque conserva el recuerdo de que la patria original del hombre es el placer. Tal es el tiempo que se experimenta en las auténticas revoluciones, las cuales, como recuerda Benjamin, siempre fueron vividas como una detención del tiempo y como una interrupción de la cronología; pero una revolución de la cual surgiera no una nueva cronología, sino una transformación cualitativa del tiempo (una cairología) sería la de mayores consecuencias y la única que no podría ser reabsorbida por el reflujo de la restauración. Aquél que en la epokhé del placer recordó la historia como su patria original llevará efectivamente en cada cosa ese recuerdo, exigirá en cada instante esa promesa: ése es el verdadero revolucionario y el verdadero vidente, liberado del tiempo no en el milenio, sino ahora.—Giorgio Agamben
7.16.2007
Suscribirse a:
Entradas (Atom)