Huésped S
[Coda y final de "Idiota escritor"]
----- CODA: Aira -----
En la obra de César Aira se expone un intento impresionante de constituir la máquina idiota de la escritura, armada como máquina de olvido de la tradición literaria, en tanto memoria de la producción estética. Después de leer unas 30 novelas y relatos de este autor buscando el punto de dispersón y obsolescencia en torno al cual gira un estilo que se autodesvaloriza incesantemente, hallé un texto de Sandra Contreras que me libró de la necesidad de escribir sobre Aira, tal cual él se libra de convertir sus textos en productos acabados, es decir, de escribir obras, para sólo escribir escrituras. Las obras de Aira se olvidan de sí mismas en tanto obras, al sobrecoser con vanos hilos, en su fiebre diseminada, el aniquilante lugar común, la memoria autodestructiva de las ideas recibidas, propia la atmósfera absulutamente masificada de nuestra época, en la que casi nada escapa a la obsolescencia programada, a la devaluación cósmica del pensamiento y el lenguaje.
No sé si es mejor leer el volumen crítico de Sandra Contreras titulado Las vueltas de César Aira antes o después de hacerse la prueba “Aira”. Yo lo he leído después. La prueba consiste en tirarse la mayor parte del medio centenar de libros y libritos publicados por este autor, entregándose a la sola búsqueda de eso que llaman el estremecimiento de lo nuevo, es decir, de lo novelesco en su más adictivo impacto imaginario. Una prueba es certera en la medida en que se sustraen todas las garantías de “pasarla” con éxito. En esta sociedad del riesgo anticipado el lector culto quiere gozarse una obra literaria y contar a su vez con la garantía de que no “pierde el tiempo”, que no se entrega a la dosis anti-aburrimiento o la descarga de tensiones propias del consumo masivo ordinario, sino que, constadadas ciertas señas de “artisticidad” en el producto, ejerce el ocio enaltecedor, incrementa sus conocimientos, confirma que “libro es cultura” y que gracias a ello él es una mejor persona. Sin embargo, para algunos, la esencia de la aventura literaria consiste en descartar todas esas premisas.
Sandra Contreras dice que Aira paga el precio de exponerse como un idiota en su tentativa de advenir a la experiencia artística suprema a partir de las formas devaluadas de la cultura contemporánea. Creo que el lector consecuente de Aira también paga el precio de leer como un idiota unos relatos que vienen desprovistos de signos confiables de calidad, no tanto por su ensambladura gramática, escolarmente fluída, sino por su factura idiota. Idiotez literal, si nos atenemos a la etimología griega antes comentada, según la cual es idiota quien sólo habla una lengua que nadie más habla. En el ya citado Tratado sobre la idiotez, Clément Rosset sostiene que toda cosa o persona es idiota en tanto es única y no se puede duplicar sin que devenga otra. Las vueltas de Aira insiste en la ambición estética de potenciar una actividad creativa única, inintercambiable, insustituíble e irrepetible, propia de este autor, quien no se cansa de admirar al gran Duchamp, genio idiota si hay alguno en el lapso sigloveintista de la Vanguardia. La “vuelta” de Aira —deja saber Sandra Contreras— consiste en que en su búsqueda de lo nuevo no recurre a curar formas inéditas intocadas por la banalidad de la cultura masificada, tampoco autentifica sus lenguajes a partir de la parodia o la inversión irónica de las formas devaluadas y ni siquiera opta por afirmar esa devaluación y legitimarla como dialéctica populista. Aquí viene a propósito la mención de Duchamp, porque estimo que Aira también destila la esencia idiótica del ready-made. El ready-made extrae el objeto de la serialidad mercantil que reduce su valor formal a mera equivalencia y expone esa misma nada de la existencia serial del objeto en su plena insignificancia e idiotez. El ready-made (sacar un objeto de su serialidad o del sistema de objetos y reiterarlo en su puro estar formal) es una repetición que vacía la repetición mediante el acto irrepetible de crearse ex-nihilo como acción de arte. Hace bien Sandra Contreras al enfatizar la polémica enemistad de Aira con la literatura concebida como trabajo. El ready-made desprecia el arte como producción (proceso determinado por el cálculo insumo-producto) para afirmarlo como puro acto de creación en el cual desaparecen, consumados, productor y producto. Tras la más somera apreciación uno intuye (sólo intuye) que gente como Duchamp o César Aira no son simples chapuceros, son más bien virtuosos, en el sentido que da al término Paolo Virno, siguiendo a Marx. El virtuoso, según Virno, no es un productor en la medida en que el acento de su arte gravita sobre el acto, cobrando la obra-producto un valor ancilar. El artista se impone una disciplina del performance como evento de virtuosismo, pero ignora la disciplina de trabajo en lo que concierne al “control de calidad” del producto. La obra resultante entonces vale como registro de una acción de arte, más que como objeto de arte en sí misma. Pero el ready-made es un anti-producto artístico en un doble sentido: no produce nada nuevo, sólo reinstala el idiotismo de lo que hay, y como acción tampoco dice nada y es induplicable porque consiste en la duplicación misma afirmada como acto único —cosa perfectamente Idiota. Pero, como dice Watt, el gemelo idiota de Samuel Beckett, ya saber que ha ocurrido nada, es algo.
César Aira coloca cada frase, motivo, tema y elemento de género a manera de una fila india de ready mades empotrados en un continuo sin fisuras perfectamente legible, logrando, en su inestable efecto de normalización, un fácil lenguaje idiota que nadie sabe si lo comprende en primera instancia, no porque no se asemeje a ningún lenguaje literario conocido, sino porque convierte sus semenjanzas en desmejanzas al repetirlas según esa ambigua intencionalidad que muy bien analiza el libro de Contreras. Uno lee aun los libros más “inspirados” de Aira como, por ejemplo, Una novela china (la cual se balancea funambulescamente entre el orientalismo, el kitsch zen, el cliché new age y la más sobrecogedora delicadeza) conteneniendo el aliento ante la incertidumbre de si, como diría el Dr. Seuss, “does he say what he means or does he mean what he says”, o como pregunta un crítico citado en Las vueltas… , “¿es… o se hace?”. Sabido es que se requiere ser idiota para captar la más profunda idiotez de un lenguaje. Y en ese sentido muchos lectores acompañamos a Aira. El príncipe Mischkin, protagonista de El Idiota, de Dostoyevski, se dice, “A mí me tienen por idiota y, sin embargo, yo soy inteligente, sólo que ellos no alcanzan a verlo”. Por ese trance pasan tanto el autor como su lector, acompañandose como fetos gemelos en la matriz indiscernible de lo nuevo. Hay un trasunto cristológico en esta invocación vanguardista de la pobreza de espíritu experimentada como prueba y purificación. Aira nos invita a descender hasta “el fondo de la literatura mala, para encontrar la buena o la nueva, o la buena nueva.” —según lo expresa en textos comentadados por Contreras.
Es preciso aprender a leer la obra de Aira como si fuera cualquier cosa para advenir a la lectura de aquello que se quiere tal cual en tanto summum incomparable del deseo. Es como solicitar una prueba de amor, como la que le ofrecen las ponqueras Lenin y Mao a Marcia en el relato La prueba. Las dos chicas callejeras rapean a Marcia en su camino de la casa a la escuela, invitándola sin preámbulos a “c…” (coger), verbo tan histéricamente desplazado en el idioma argentino como “chichar” en el idioma caribeño. La insolencia no es otra cosa que una declaración de amor, e instaura en Marcia una espera implorante de la prueba definitiva. Pero es Marcia, en su espera de la prueba quien también pasa por la prueba. Marcia debe escuchar la “mala literatura” de Lenin y Mao, los clichés punk, contraculturales, transgresivos, nihilistas, revolucionarios y hasta terroristas de este “Comando del Amor” constituido por las dos loquitas, clichés que se vuelven más fascinantes mientras mas ingenuamente se entregan ellas a su potencia imaginativa (i.e., la “sonrisa seria” de Mao y su gracia para fabular sin pretenciones, es decir, narrar sin proponerse la calidad literaria ). Durante esa “escucha” sobreviene finalmente la prueba de ese amor que tanto se nos ha dicho que transforma el universo, con toda su violencia cataclísmica. Aira pisa “hasta el piso” el acelerador de su fuga hacia adelante en la máquina del melodrama. Como insiste Sandra Contreras en su comentario de este relato, aquí el cliché de que el “amor todo lo puede”, encuentra en el fondo de su más literal e ingenua acepción una salida a lo nuevo. El texto estetiza sin cortapisas la violencia y el terrror en el aparatoso final de esta historia de amor adolescente y “loquito”; y lo hace de manera tan “poco seria”, irresponsable e insólita que roza (lo digo con la “sonrisa seria” de Mao) lo sublime. Testifico que leer los libros de César Aira impone una prueba semejante. Leer luego el estudio crítico realizado por Sandra Contreras es reconocerse en un análisis lúcido, como pocos, del trance que condujo a más de uno a decirse, en ausencia de garante, lo mismo que el príncipe Mischkin: “A mí me tienen por idiota y, sin embargo, yo soy inteligente, sólo que ellos no alcanzan a verlo”. Pero me pregunto cómo sería la prueba “Aira” después que Sandra Contreras ha establecido con todo el rigor conceptual e institucional que el caso requiere, que si bien ni el autor ni la obra ni los personajes se hacen los idiotas, serlo es el modo de su rara inteligencia.
NOTAS
Clément Rosset, Le Réel. Traité de l’idiotie. Paris: Minuit, 1977, p.42.
Peter Sloterdijk, Bulles, Sphères, Microsphèrologie, Tome I. Trad. par Olivier Mannoni. Paris: Pauvert, 2002, p. 521.
Ibid., p. 520.
Jean-Luc Nancy, Being Singular Plural. Trad. by Robert D. Richardson and Anne E. O’Byrne. Stanford, Ca.: Standford University Press, 2000, p. 32.
Nunca se sabe cuándo las palabras de Mischkin son ingenuas o ingeniosas, o cuándo responden a un ingenio ingenuo.
Fiodor Dostoyevski, Obras Completas, tomo II. Madrid: Aguilar, 1981, p. 560.
Sanuel Beckett, Watt, New York: Grove Press, 1953, p. 17.
Clèment Rosset, Op. cit., pp. 41-42.
Según Giorgio Agamben, la cualquieridad no es una condición de indiferencia a las propiedades de un ser, sino un reclamo de su singularidad, independientemente de que pertenezca a una u otra clase o conjunto, o de cualquier ausencia genérica de su pertenencia o su propiedad; es el ser que se quiere como tal o tal cual, con todos sus predicados. Ver Giorgio Agamben, The Comming Community, Minneapolis, Minn.: University of Minnesota Press, 1993, pp. 1-2.
Insisto, de paso, en diferenciar la idiotez literaria de la locura literaria. No hay sinonimia entre el Loco y el Idiota, aunque se puede ser las dos cosas, la locura no se agota en la idiotez ni viceversa.
Samuel Beckett, Op. cit., p. 31.
Ibid., p. 156. Mis versiones al español.
Ibid., p. 76.
Ibid., p. 163.
Ibid., p. 21.
Fernando Pessoa, Poesías completas de Alberto Caeiro, con Prefacio de Ricardo Reis y notas de Alvaro de Campos. Trad. de Ángel Campos Pámpano. Valencia: Pre-Textos, 1997, p. 20.
Poema XXXIX, ibid., p. 149.
Poema inconjunto 11, Ibid. p, 219.
Poema II, ibid., p. 49.
Poema V, ibid., p. 57.
Poema XX, ibid., p. 107.
Ver nota 9.
Ibid., pp. 332-333.
“Carta de Fernando Pessoa a Adolfo Casais Montero sobre la génesis de los heterónimos”, en Pessoa, Obra Poética. Tomo I. Trad. de Miguel Ángel Viqueira. Barcelona: Ediciones 29, 1990, p. 325.
Poema XXIV, op. cit., p. 115.
Poema II, ibid., p. 49.
Poema VIII, ibid., p. 77.
Nótese la homología que con esta figura guarda El Mudito, protagonista y narrador de El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso.
Traduzco el siguiente texto: “He had to be an idiot so that, like Dilsey, he could be impervious to the future, though unlike her by refusing to accept it all, without thought or comprehension; shapeless, neuter, like something eyeless and voiceless which might have lived, existed merely because of its ability to suffer, in the beginning of life; half fluid, groping; a pallid and helpless mass of all mindless agony under sun, in time yet not of it save that he could mightily carry with him that fierce, corageous being who was to him but a touch and a sound that may be heard on any golf links and a smell like trees into the slow bright shapes of sleep.” Ver “An Introduction to The Sound and the Fury”, in Mississippi Quarterley 26, Summer 1973: pp. 410-415.
The Sound and the Fury, New York: The Modern Library, 1956, pp. 48.
L’Idiot de la famille, Paris: Gallimard, 1971, pp. 24-25. Ofrezco mi traducción de las citas.
Ibid., p. 32.
Ibid., p. 623.
Ibid., p. 626.
Parafraseo a Sartre en Ibid., pp. 630-631.
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