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8.29.2005

Entrevista a Horacio Castellanos Moya

Horacio Castellanos Moya
Parado en el abismo

Viernes 1 de julio de 2005

Acusado de ser agente de la CIA y amenazado de muerte por su rabiosa e irónica novela El asco, el escritor salvadoreño trata de no perder la calma y de seguir escribiendo sobre el infierno centroamericano, marcado por las dictaduras, guerras civiles y, ahora, el narcotráfico.


ÁLVARO MATUS

Aunque ha vivido en Canadá, México, Guatemala, España y Suiza, su mente nunca ha salido de El Salvador, del horroroso El Salvador, como dice Horacio Castellanos Moya (1957) parafraseando a Enrique Lihn. Incluso ahora, que se encuentra viviendo en Alemania gracias a una beca de la Feria Internacional del Libro de Frankfurt, el narrador se sorprende haciendo el chequeo y contra chequeo, esa operación casi inconsciente que realizan los que han vivido durante años en medio de la violencia. Fijarse en quién camina detrás suyo más de una cuadra, quién es el tipo que está frente al edificio o quiénes se sientan en la mesa de al lado en el restaurante son para Castellanos Moya verdaderos tics mentales, tics que en sus ratos más negros suelen derivar en delirio paranoico. El mismo que asalta a los protagonistas de Donde no estén ustedes, El asco o Insensatez, por nombrar tres novelas nerviosas y violentas que guardan más de una relación con esos volcanes en permanente actividad que abundan en El Salvador: nunca se sabe cuándo harán erupción, pero hay que estar preparados.

En Donde no estén ustedes (Tusquets), su última novela llegada a Chile, la erupción se produce en la página 129, cuando Castellanos Moya cambia el tono y hasta de protagonista. Mejor dicho: el personaje principal, un ex embajador salvadoreño en Nicaragua implicado en oscuras conspiraciones y aislado políticamente después de la firma de los acuerdos de paz, muere en la capital mexicana, a donde llegó para rehacer su vida. ¿Víctima de esa cirrosis que avanzaba con cada trago de vodka? ¿Suicidio? ¿Asesinado por ladrones de poca monta? ¿Ajuste de cuentas de la izquierda o de la derecha (el embajador era democratacristiano)? Esas son las interrogantes que se plantea José Pindonga, un pícaro periodista que de tanto leer novelas de Chandler y reportear conspiraciones se convenció que su futuro era ser investigador privado. Como es característico de la obra de Castellanos Moya, la prosa es envolvente y repetitiva, llena de digresiones que refuerzan el carácter coloquial. A medida que avanza la trama van ingresando las mujeres, los tragos, los ex revolucionarios, los empresarios corruptos, los militares y, claro, todo esto teñido por una atmósfera de traición y peligro que termina gatillando las fantasías persecutorias de los protagonistas. La clave, sugiere Castellanos Moya en esta entrega, es tomarse la vida como venga. Y huir; que más que un país, El Salvador parece una cueva de criminales.

La primera huída

En 1978, tres años antes de que se desatara una guerra civil que duró 10 años y que terminaría con miles de muertos y desaparecidos, Castellanos Moya leía a Pessoa, Ungaretti y Pavese. En ningún caso a Benedetti ni a nadie que pregonara lo que se conocía como literatura de emergencia o literatura militante. Junto a dos amigos editaba una revista de poesía que alcanzó a sacar nueve números, hasta que la espiral de violencia que comenzó ese invierno de 1978 los llevó a tomar rumbos diferentes. Me fui a estudiar historia en la Universidad de Toronto. Mis amigos habían entrado a la guerrilla y yo no tenía ni el convencimiento ni el valor para ello. La situación era invivible. Mi familia dio gracias de que me fuera, recuerda el escritor.

Como es natural, Castellanos Moya recibía cartas entusiastas de sus amigos revolucionarios. No tardó en regresar y en darse cuenta que el país se había vuelto aún más violento: andar con una Uzi en la mochila no era raro y todos hablaban de organizar al movimiento obrero. Castellanos Moya no encajaba y poco tiempo después partió nuevamente, esta vez a México.

Si bien realizó algunos trabajos como periodista pro-guerrilla (la resistencia había organizado una agencia de prensa en el D.F.), el estalinismo tropical, como él define la atmósfera de aquellos años, era insoportable. Comenzó a dar sus primeros pasos en el periodismo mexicano y, cuando el tiempo alcanzaba, a escribir relatos que recopiló en los volúmenes ¿Qué signo es usted, niña Berta? y Perfil de prófugo. Sin embargo, el reconocimiento vendría en 1988, cuando la Universidad Centroamericana - de su país- premia su novela La diáspora, un texto desencantado en el que abordaba los mitos de la revolución salvadoreña y el esquizofrénico mundo de los exiliados. Como con toda novela-volcán, la erupción no sólo salpicó a la izquierda, sino al propio autor, quien fue acusado de ser agente de la CIA.

- ¿Cómo te tomaste esa acusación?

- Un escritor no debe explicar ni justificar su obra. Las acusaciones siempre fueron espurias y yo vivía en México, donde hubieran pagado caro intentar algo contra mí. Pero en El Salvador, donde el poeta Roque Dalton fue asesinado por sus propios camaradas guerrilleros bajo la acusación de ser agente de la CIA, ese tipo de señalamientos hay que tomárselos en serio.

- Tú escribiste un cuento sobre Dalton, de quien se dice que su obra está sobrevalorada.

- La parte menos valiosa de su obra ha sido ocupada por la izquierda para hacer propaganda, pero Dalton, como poeta, es más grande que eso. Es el escritor más importante de El Salvador. Lástima que fuera un cruzado comunista y que lo mataran tan joven.

Desde el comienzo la carrera de Castellanos Moya como novelista ha estado marcada por la polémica, al punto de que fue amenazado de muerte después de escribir El asco (Casiopea). El relato tiene apenas 60 páginas y se sitúa en la mejor tradición de Céline, Bernhard - a quien el texto rinde homenaje- y el colombiano Fernando Vallejo, por nombrar a tres artistas de la desmesura. Moya, periodista que volvió al país después de terminada la guerra, transcribe el largo monólogo al que se tradujo su encuentro con Vega, un ex compañero de colegio que regresa después de 18 años de exilio voluntario en Montreal por la muerte de su madre. El texto es un ataque furioso contra el rock, los zancudos, la televisión, la familia, los micreros, los políticos, la educación y todo lo que uno se pueda imaginar. Hasta a la izquierda chilena le pega su palo por difundir la detestable y llorona música folclórica latinoamericana puesta de moda en Montreal por los exiliados chilenos.

Para Roberto Bolaño esta novela era, además de un gran ejercicio de estilo, para morirse de la risa. Lamentablemente en El Salvador muy pocas personas han leído a Bernhard y aún muchas menos mantienen vivo el sentido del humor. Con la patria no se juega. Esa es la divisa y no sólo en El Salvador, también en Chile y en Cuba, en Perú y en México, e incluso en Austria y más de otro país o región europea. Si Castellanos Moya fuera bosnio o kosovar y hubiera escrito y publicado este libro allí, seguramente no hubiera tenido tiempo de tomar el avión. Aquí reside una de las muchas virtudes de este libro: se hace insoportable para los nacionalistas, escribió el chileno.

- ¿Quiénes te amenazaron de muerte?

- Quién hizo las amenazas, no puedo precisarlo, porque se escudaron en el anonimato. Pero sí puedo mencionar a algunos que se molestaron mucho: los dueños del monopolio cervecero de El Salvador, porque en la novela se destruye a la cerveza que han convertido en un símbolo de su supuesta identidad nacional; los personeros del partido de gobierno, porque les recuerdo que su fundador, Roberto D'Aubuisson, ordenó el asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero; y los personeros de la guerrilla, porque les recuerdo que uno de sus comandantes mandó a ejecutar a medio millar de campesinos militantes por sus sospechas paranoico-estalinistas.

- ¿Sientes que sólo se te ha leído con un criterio político?

- En Centroamérica se me ha leído con un criterio fundamentalmente político, pero creo que hay otro lector, el literario, que es el que de verdad me importa. Yo escribo ficciones que muchas veces tienen un paisaje político de fondo, pero me gusta ser leído como un escritor de ficciones.

- Consideras que, como Bernhard, has hecho una obra contra tu país?

- Citando a Balthazar de Lawrence Durrell, Roque Dalton recordaba que es deber de todo patriota odiar creativamente a su país. Pero a mí el patriotismo me repugna. Y yo no peleo contra países. Cuento historias de ficción basadas en realidades dolorosas.

El furioso retornado es también un paranoico que roza lo cómico, como cuando cree que con sólo mirar a alguien en el bar lo pueden matar o que por perder su pasaporte deberá quedar confinado a vivir en San Salvador. Este rasgo ha sido explotado por el autor en Insensatez (Tusquets), de próxima llegada a nuestro país. Es la historia de un periodista que después de unos meses de cesantía acepta ser corrector de estilo del informe de la tortura en otro país centroamericano que, por las referencias mayas, se infiere que es Guatemala. Los cinco mil dólares de paga son el principal aliciente del protagonista, quien cada vez que puede se recluye en un bar y busca a las sicólogas o antropólogas extranjeras que trabajan en el arzobispado. Pero entre coqueteo y brindis, el protagonista lee. Son más de 400 casos de violencia extrema, como el de un indio mudo que torturaron hasta la muerte por no delatar a los campesinos de su aldea. O el de una chica de 16 años a la que violaron hasta dejarla inconsciente.

La paranoia comienza a planear sobre esta novela que mezcla la comedia de enredos con la picaresca centroamericana - el personaje se parece al Pedro Juan de la Trilogía sucia de La Habana- , hasta el nivel de que, pasadas las 60 páginas, ya no se sabe qué es verdad y qué forma parte del delirio del lector del informe. Como cuando se entera de quién es el novio de la española con la que acaba de acostarse: No le irás a contar lo nuestro, murmuré, con cautela, que ya mi susto era demasiado al saber que la chica que empezaba a dormitar a mi lado era el coño propiedad de un milico, caramba, que yo estaba a punto de deslizarme en el tobogán del terror y buscaba a tientas una mínima agarradera para sostenerme, pero Fátima apenas se volteó, con las palmas de las manos juntas como almohada bajo su mejilla, y me dijo que claro que se lo diría, ése era el pacto que habían hecho, contarse siempre la verdad, tenerse toda la confianza y ella odiaba sobre todo la simulación y la mentira. No quise voltearla a ver, ni argumentar a favor del silencio, sino que imaginé que aquello era una broma, su forma de burlarse de mí, aunque su tono no dejara lugar a dudas, más temprano que tarde le revelaría al milico nuestra relación y éste reaccionaría como cualquier hombre al que le ponen cuernos, con la misma rabia y ceguera, peor aún dada la circunstancia de que se trataba de un milico acostumbrado a resolver sus problemas por la vía expedita de las armas, y como no le pegara un tiro a ella, me lo pegaría a mí, lo más probable, o a ambos, me dije sumido en una creciente vorágine de paranoia.

- Después de leer tus libros es fácil imaginarse que en cualquier bar te pueden pegar un balazo. ¿Es así, o utilizas la violencia como un recurso literario?

- El Salvador, y también otros países centroamericanos, son así: la vida puede valer una mala mirada. El ejercicio de la violencia extrema es cultura acumulada. Mejor saber donde uno se mete, estar alerta, nunca dar la espalda y encomendarse.

- Has dicho que la cultura de la violencia no se modificó, sino que se recicló.

- Hombre, se sigue matando con la misma intensidad, sólo que ahora por motivos delincuenciales y no políticos. Las estadísticas no mienten: hay tantos muertos al día por causas violentas como durante la guerra. Algo no funcionó. Pensaron que se trataba nada más de crear
una institucionalidad democrática, cuando diez años de carnicería ya habían perturbado a todo mundo.

A Castellanos Moya le gusta pensar que la literatura es destino o no es nada. Ahora, en la esplendorosa Frankfurt, escribe una nueva ficción que, seguro, lo llevará mentalmente a su patria, a ese abismo en el que se para con valentía y una buena cuota de sarcasmo, los dos elementos que le permiten continuar el adictivo balanceo. Horror y humor. Humor y horror.