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8.12.2004

"Siguió haciéndolo, y yo no podía saber si estaba llorando o no..."

At. Huésped S
[Continuación "Idiota escritor"]

----- V -----

El centro de estas variaciones lo ocupa el sonido de Benjy, personaje de la novela de Faulkner que asume en su título el dictum de la escena V del V acto de Macbeth: The Sound and the Fury. Todos en la novela dicen que el idiota de la familia Compson, Benjy, no sabe decir nada. Sin embargo, él mismo se convierte en la posibilidad de un decir, no sólo porque figura como narrador en primera persona de la primera parte de la novela, sino porque esa parte constituye el núcleo imaginario de la obra entera, y quizás, de toda la obra de Faulkner. Benjy es, por supuesto, el núcleo de lo no dicho o del desdecir, el lugar, vacío en su propia potencia para decir lo que no se nombra y no se sabe, desde el grado cero de la negación del mundo, que se torna para Faulkner en asidero ético y estético de su deseo de escribir. El autor aseveró en más de una ocasión que The Sound and the Fury constituía su obra más importante y la única donde en verdad experimentó el éxtasis poético de la escritura, el auténtico frison du nouveau. El emplazamiento poético de Benjy proporciona el cuerpo sin órganos a la manera Deleuziana, y en él, la mirada sin sujeto, molecular (que no puede ser la del autor pero siempre el autor ha pertenecido a ella), mirada que atisba las braguitas mojadas de Caddy aupada en el árbol, la hermosa púber que detona la fuga del deseo que sostiene a la novela, y casi, según confesó el propio autor, la suma de la obra de Faulkner. En Benjy reverbera la potencia del pasado, entendida a la manera de Paolo Virno, como la actualidad de lo que nunca pudo ocurrir, testificado en la memoria reprimida, o en lo que Walter Benjamin llamaría las tradiciones interrumpidas. Dice Faulkner de Benjy: “Él tenía que ser un idiota, que como Dilsey [la criada negra que para Faulkner era el futuro], fuera inmune al futuro, pero que a diferencia de ella, rehusándose a aceptar nada, sin pensamiento ni comprensión; informe, neutro, como algo sin ojos y sin voz, que hubiera vivido, existiera meramente gracias a su habilidad para sufrir, al principio de la vida; medio líqudo, medrando; una pálida y desvalida masa de toda la agonía aturdida bajo el sol, a tiempo, pero sin él, de manera que pudiera soportar poderosamente a ese ser fiero y corajudo que no era para él sino un tacto y un sonido que pudiera oirse en cualquier campo de golf y olerse como los árboles camino a las lentas y fulgurantes formas del sueño.” Es notable que la letra del ensayo en la cual el autor intenta explicar la importancia de Benjy, ella misma derive hacia una sintaxis apenas sostenible (y apenas traducible) que linda con los excesos semánticos del poema en prosa. Es como si la escritura de Faulkner sólo pudiera tematizar a Benjy resbalando hacia el trance idiótico del personaje. Existe una obvia brecha lógica entre la incapacidad de Benjy para hablar en el relato, su imposibilidad de actuar como sujeto del enunciado en el texto, pues todos reiteran que el loquito no habla ni entiende nada y, por otro lado, el hecho de que narra en primera persona todo lo ocurrido, oficiando sin problemas como sujeto de la enunciación. ¿Será que no habla, pero sí escribe? Pero entonces ése que escribe, pero no habla ni puede realmente estar en el texto, no puede ser sino el yo autorial, que se hunde precisamente en la brecha de la imposibilidad de manifestarse como sujeto que habla o lacaniano sujeto “supuesto a saber”. Es en el seno de esta brecha alógica que la escritura de Faulkner funda la verdad de lo que no se sabe ni se dice en una prosa poética que la articula como sensación, sonido y furia. Faulkner buscó, como Virginia Woolf, Joyce, Beckett, Derrida y otros grandes de esa deriva, convertir la prosa en poesía. No exageramos si decimos que The Sound and the Fury es el poema en prosa del relato de Benjy, acompañado de las notas al calce que son las demás secciones de la novela, incluyendo el apéndice aclaratorio adherido posteriormente por el autor y el ensayo antes citado que pretendió “introducir” la novela años después de su primera edición. De este modo The Sound and the Fury anticipa ese otro centauro de prosa montada sobre poesía que es la novela Pale Fire, de Vladimir Navokov.
Benjy no habla para los personajes de la novela, pero dice yo de una manera fantasmal en la escritura intensamente lírica que compone la primera parte. Allí se condensan todos los episodios de la novela en una sucesión acrónica de hablas y escenas interrumpidas, conducidas por un hilo molecular de olores, formas, sensaciones, horrores inconfesables, deseos...asociaciones secretas, sin ley de pasado ni futuro. La idiotez de Benjy proporciona el magma metafórico de un lenguaje inadscribible al sujeto, un decir que brota de una brecha alógica entre enunciado y enunciación: el idiota que no habla ni entiende, pero escribe el relato poético de esa vida que no le estuvo dada en el lenguaje de este mundo. En el mundo novelado Benjy solo alcanza a gritar, aullar, sollozar, suspirar episodio tras episodio, como proclamando en crescendos y minuendos desesperantes el oculto contenido impronunciable de cada situación. Sólo la contemplación de la flor, la voz de Caddy y la visión del fuego aplacan, como a un buen gnóstico blakeano, el alarido del idiota, el sonido imaginario y presimbólico continuo de una furia que rechaza, sin resistirla porque resistirla equivaldría a aceptarla, la yacencia abyecta del mundo faulkneriano. Benjy no dice ‘yo grito’ sino “...mi garganta hizo un sonido. Hizo un sonido otra vez... e hizo un sonido otra vez... Siguió haciéndolo y yo no podía saber si estaba llorando o no....”. Benjy es, en este caso, el autómaton, el gólem sin órganos, según la noción deleuziana de un cuerpo no articulado ni jerarquizado en sus funciones (“medio líqudo, medrando; una pálida y desvalida masa”) en el que se escenifican los flujos desterritorializantes del deseo, del que se vale el ventrílocuo figurado en este texto para emitir su profecía de inconsolable dignidad ante la caída del cosmos: la renuncia a renunciar al deseo.